Dec. 18, 2023

Escribir aunque no seas escritor, bajar las ideas de tu mente y creer en las señales | Juan Villoro | 319

A Juan Villoro, la literatura lo rescató. Lo salvó de la angustia existencial y gracias a ella encontró un sentido en el mero hecho de existir y habitar esta vida. Uno de los escritores más importantes, versátiles y prolíficos de México llega a DEMENTES para hablarnos sobre las heridas que nos han causado otros, su libro más reciente, la cultura de la cancelación, creer en las señales, vivir de la literatura y, obviamente, escribir. Y quizá porque a él mismo fue la literatura lo que lo rescató es que nos recomienda a todos escribir, aunque no seamos escritores. Escribir, ya sea para salvarnos, como en su caso, o simplemente para darle otra perspectiva a las cosas y entender la vida de una forma distinta.

Te dejamos algunos enlaces para complementar el episodio:

 

Instagram de Juan 

Página de Juan 

La figura del mundo, libro más reciente de Juan 

La noche navegable, primer libro de Juan 

El testigo, novela de Juan 

Conferencia sobre la lluvia, obra de teatro de Juan 

 

Estas obras marcaron la vida de Juan:

The Dark Side of the Moon, álbum de Pink Floyd 

De Perfil, libro de José Agustín

Ladrón de bicicletas, película dirigida por Vittorio De Sica 

 

4 datos sobre Juan:

 

  • Ha escrito cuentos, ensayos, novelas, libros infantiles y teatro.
  • Además de escritor es periodista y ha colaborado en varios periódicos de México y el mundo.
  • Ha sido ganador de muchos premios. La lista completa la encuentras aquí.
  • Fue agregado cultural en la Embajada de México en Berlín Oriental entre 1981 y 1984.

 

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Transcript

Diego Barrazas: Es un gusto tenerte conmigo el día de hoy y lo primero que quiero saber es qué soltaste a la hora de hacer La figura del mundo. Fue una introspección, fue estar regresando, fue durante muchos años el estar trabajándolo y siempre te preguntas sobre Luis Villoro y qué fue para ti, pero quiero saber a manera interna si eso te sirvió para soltar algo que tenías cargando, para quitarte las maletas.

Juan Villoro: Mira, lo más importante que tenía yo que soltar es la dificultad de ser hijo de, porque no siempre quieres tú seguir los pasos de tu padre. El mío no era una persona abrumadoramente famosa, o sea, no era como Hugo Sánchez o Maradona, que yo me imagino que ser hijo de una figura así es sumamente incómodo porque estás rodeado de paparazzis y vives en una burbuja muy irreal. No era el caso, pero él era un profesor universitario conocido, una persona que estuvo en luchas sociales importantes, entonces, en el medio donde yo me movía, que es el literario, donde siempre me he movido, pues evidentemente era un referente. Entonces, la situación de ser hijo de se volvía incómodo por el hecho de que mucha gente, por ejemplo, me veía y me decía Luis en vez de decirme Juan, espontáneamente, confundiéndome con mi padre, o bien las suspicacias que nunca faltan, y especialmente en un medio como el literario de si publicas un texto dicen “no, seguramente le ayudó su papá, lo recomendó”, todas estas cosas, porque aunque él no se dedicaba a la literatura, pues de pronto él publicaba en la misma revista o en el mismo suplemento y por supuesto que tenía una trayectoria más importante que la mía. Lo mismo en la política. Por ejemplo, vino el levantamiento zapatista, yo me interesé mucho en él, fui de las primeras personas de la sociedad civil que estuvimos con los zapatistas en agosto de 1994, o sea, el año del levantamiento. En ese mes ellos hicieron una gran convención en la selva para darle la bienvenida a la sociedad civil y mostrar lo que estaba pasando y digamos, hacer como un gran despliegue de las esperanzas que consideraban que traían para el país. Mi padre en ese momento sentía que los zapatistas eran, digamos, no muy confiables porque se habían levantado en armas, aunque sólo hubiera habido combates durante unos 12 días, de cualquier manera mi padre estaba en contra de las guerrillas y decía “esto no me da buena espina” porque después de las experiencias del Che Guevara, etcétera, debemos transitar hacia búsquedas democráticas, pacíficas, entonces los veía con distancia y poco a poco, a medida que vio que en realidad eran un movimiento social, se acercó a ellos, y una vez que lo hizo los zapatistas lo acogieron, lo nombraron asesor, le dieron la bienvenida, era una persona importante para ellos y yo era un militante de base, o sea, yo estaba en la multitud, pues yo tenía entonces 30 y tantos años y yo dije “bueno, si mi padre se ha vuelto prominente con ellos, yo doy un paso atrás porque a mí no me gusta esa situación”. Cuando tú ves, por ejemplo, a los políticos en campaña y que traen a sus hijitos atrás, que los andan siguiendo a todas partes y a veces los hijitos ya tienen 40 años y no tienen un destino propio, entonces, bueno, este tipo no tiene nada que hacer más que seguir a su papá, entonces yo tenía una alergia, digamos, a la idea de ser como el hijo de mi papá, el hijo de...

Diego Barrazas: Que te presentaran como “bienvenido, Juan Villoro, hijo de Luis…”

Juan Villoro: Puede ser así, que te presenten de esa manera y luego, por ejemplo, qué tipo de cosas debía yo leer, entonces si mi padre me recomendaba algo más en su línea de filosofía, cosas más serias yo decía “no, esto no”. Me interesaba la contracultura, el primer autor que leí por gusto en México fue José Agustín, con el que me identifiqué mucho porque era un punto de vista juvenil, traía entre sus temas la música de rock, el cine, usaba recursos de los cómics, cosas muy interesantes para una gente de mi generación, entonces yo dije “no, yo tengo que buscar mi propio camino”, y con la ingenuidad y la impulsividad de la juventud, pues muchas veces yo hice cosas como simplemente para estar al margen de mi padre. Por ejemplo, era un académico puro y duro, y cuando yo entré a la universidad le dije “no sé qué carrera estudiar, estoy dudando entre sociología, ciencias políticas”, porque lo que no quería estudiar era letras, era lo que me apasionaba, pero no quería estudiarlo, entonces él me dijo “no te preocupes, lo único que importa es el doctorado”, y a mí la verdad me pareció muy mamón que dijera eso, porque tú puedes ser una persona muy relevante sin tener doctorado, pero en su mundo académico era una cosa de escalafón así tremenda, entonces yo dije “no, yo jamás voy a hacer un doctorado”, cosa bastante fácil de cumplir, porque simplemente se trata de no estudiar, y entonces yo salí de la licenciatura y dije “ya, nunca más a la universidad” de una manera un poco alérgica, impulsiva, pero para desmarcarme. Todo esto es una muy larga explicación para llegar a tu pregunta que es muy relevante. Lo más difícil para mí durante muchos años fue aceptar que a fin de cuentas soy el hijo de, o sea, sí, él fue mi padre, he sido su hijo, bueno, ¿y si lo acepto?, ¿qué posición juego?, ¿cuál es mi papel?, ¿qué puedo decir de él?, entonces lo que solté, lo que saqué fue decir “no tiene nada de malo que la gente piense que soy su hijo”, porque eso es lo que soy, soy otras muchas cosas, pero también soy eso, entonces la figura del mundo es el resultado de esa aceptación.

Diego Barrazas: Ok, pero entonces ya lo hablas con paz, por así decirlo, hiciste las paces con esa idea.

Juan Villoro: Sí, fíjate que todos nosotros cuando pasa el tiempo tenemos distintas reacciones respecto a nuestros padres, hay momentos en que los adoramos, los idolatramos. Por ejemplo, yo en la infancia pensaba que mi padre era como un ser sobrenatural. En una ocasión estaba temblando en la Ciudad de México y yo dije “no, es que mi papá va por el pasillo”, o sea, sus pasos para mí eran tan contundentes que sentía que la casa retumbaba con sus pisadas y en realidad es que había un terremoto, pero digamos yo tenía esta imagen reverencial. Luego vinieron épocas de conflicto, hay momentos en que yo le pedí dinero y él me lo negó porque él era muy severo, fue muy austero.

Diego Barrazas: Pero sí daba a otra gente, ¿no?

Juan Villoro: Le daba a otra gente, tienes toda la razón, le daba a otra gente porque… En el libro digo algunas cosas que pueden sonar duras y creo que lo son, él quería más a la humanidad que a las personas, entonces si tú le decías “coopera para una causa”, él cooperaba con gusto, pero si Pedro o Laura le decían “tengo un problema, ayúdame”, ya era más difícil, ¿no? Entonces cuando sus hijos necesitábamos algo, podía ser muy severo y decir “tú te lo tienes que ganar, tú tienes que ser muy estricto, contigo mismo”. Eso nos inculcó, que tú tienes que tener una severidad personal, entonces si yo hubiera escrito este libro a los 30 años, habría tenido bastante enojo en algunas cosas, en algunos caprichos, quizá también me hubiera metido en algo que yo quise ya deliberadamente dejar fuera en este libro, que es su vida sentimental, cosa que inevitablemente afectó a sus hijos, ¿no? Entonces, escribir esto señalando que hay heridas, pero cuando las heridas ya están cerradas, cuando tú puedes decir paso por alto ciertas cosas porque a fin de cuentas no son tan importantes. Creo que una de las grandes enseñanzas de la vida es que ciertas cosas que nos han lastimado, nosotros con el tiempo podemos cerrar esa herida y prescindir de eso, y si pensamos en la persona que nos hizo daño, decir “finalmente esto no fue tan importante”, y si nosotros le quitamos importancia, eso deja de ser severo. Lo podemos ver en ámbitos como el fútbol, por ejemplo, que a mí me gusta mucho. David Beckham estuvo a punto de perder su carrera porque le dio una patadita sin mucha importancia al Cholo Simeone en el Mundial de Francia, y el Cholo fingió que era una falta terrible, expulsaron a Beckham, Inglaterra perdió el partido, quedó fuera del Mundial, y todo mundo consideró que Beckham era el gran villano de Inglaterra y él sufrió muchísimo. ¿Qué hizo Beckham cuando volvió a jugar contra Simeone? Le pidió su camiseta. O sea, esa manera de decir “finalmente tú me abriste una herida, ¿pero sabes qué?, ya no me importa, ya no me importa y dame tu camiseta”. Creo que es un acto de reconciliación importante, y si actuamos así, entonces entender mejor quién es la otra persona. O sea, no dejarnos llevar por “es que me dejó plantado tal día, es que me habló feo tal hora”.

Diego Barrazas: O incluso fue adrede, porque a veces ni siquiera lo hicieron con esa intención, como a lo mejor en el caso de tu papá, lo que mencionas ahora de que con ustedes era más estricto, a lo mejor en su cabeza era su forma de hacerlos mejores personas. Entonces, la intención era buena, pero el sentimiento era otro.

Juan Villoro: Exactamente. Acabo de presentar un libro extraordinario de Aura García-Junco, una escritora mucho más joven que yo, se llama Dios fulmine a la que escriba sobre mí, que es la historia de ella sobre su padre. Pero Aura es muy joven y le recrimina, con mucha valentía y con mucha inteligencia, cosas a su padre. Y la paradoja es que esas cosas que se las está recriminando a un padre sintiéndose que ella realmente tuvo carencias, y la paradoja es que ella es una mujer extraordinaria y una escritora increíble, entonces tú dices “si tu padre te hubiera dado más y te hubiera consentido mucho, a lo mejor estarías ahora en un yate casada con un millonario tonto en vez de ser una de las principales escritoras de México”.  Ahora, ella naturalmente tuvo que escribir este libro porque era lo que sentía y sobre todo en este momento de su vida.

Diego Barrazas: ¿Cómo cambia tu forma de relacionarte con el mundo, con la gente, una vez que sueltas esto? Ahora, este peso que te quitaste encima, por así decirlo, ¿cómo te lleva hacia adelante tu forma de escribir, tu forma de convivir, tu forma de relacionarte con tus hijos? ¿Cómo es distinto ahora que entiendes esto de esta forma?

Juan Villoro: Una cosa muy importante para escribir este libro a la edad en la que yo lo hice, es que tengo hijos. Y no sólo tengo hijos, sino hijos que ya crecieron. Por lo tanto, hijos que me confrontan, hijos que me interpelan, hijos que me contradicen. Porque además yo he tratado de ser un padre muy diferente al mío, mucho más próximo, más cercano, con menos sentido de la autoridad, lo cual no quiere decir que yo sea mejor. He sido diferente, pero los resultados están por verse. Los hijos me ponen a prueba, y obviamente al ponerme a prueba, también yo tuve otro tipo de relación con mi padre, una relación que ya es mental, porque él murió en 2014. Pero yo creo que ese acomodo fue importante, el escribir una vez que yo pasé por el mismo filtro, por la misma responsabilidad continua de ser padre.

Diego Barrazas: Mencionas en el libro esta pregunta de si un artista debería tener hijos o no. Hablas sobre tu padre, y vuelvo contigo en el sentido de que también eres artista, quieras que no eres artista, y todo el día estás escribiendo, o desde fuera la percepción es que todo el tiempo tu vida tiene que ver con escribir, con presentarte y con presentar a otras personas. ¿Cómo has evitado que eso se convierta en lo que te consume? ¿Cómo evitas que para lo que eres bueno y para lo que te reconocen y lo que mejor haces te aleje de lo que es la vida, como a lo mejor tú lo llegaste a ver con tu padre un poco?

Juan Villoro: Fíjate que yo quise empezar con esa provocación que me hace una amiga en un avión. Los aviones tienen algo de confesionarios, como estás flotando en el cielo, de pronto la persona que está al lado de ti te dice cosas que no te diría en la tierra. Igual se estrella el avión y ahí te van mis últimas palabras.

Diego Barrazas: Estás en stand by.

Juan Villoro: Exacto. Ella había tenido un problema muy fuerte con su hijo y es una gran fotógrafa. Ella estaba con un novelista muy importante, y su hijo realmente había tenido una actitud con ella terrible, al grado de que casi había tratado de matarla, una cosa muy fea. Entonces me dijo “los intelectuales no deberían tener hijos”. Y me pareció que era importante porque, mira, yo pertenezco a una generación en la que pude conocer a muchos adolescentes o niños de mi edad que la verdad lo pasaron muy mal porque fueron muy abandonados por sus padres. Y varios de ellos acabaron suicidándose, fueron a dar hospitales psiquiátricos, tuvieron adicciones de muchos tipos o simplemente fueron insoportables, la verdad. Y podría yo hacer una lista muy amplia. Y creo que en parte esto se debe a una cuestión no necesariamente maligna de los artistas o los intelectuales, y es que se trata de gente que necesariamente tiene que estar en una esfera imaginaria. O sea, no pueden estar todo el tiempo en la realidad porque se tienen que encerrar a componer una sinfonía o a esculpir una obra o a hacer un tratado de filosofía. La filosofía se ejerce en soledad. Yo pongo ejemplos de muchos filósofos que no tuvieron hijos porque prefirieron vivir en soledad. Y los que tuvieron hijos, por ejemplo, Juan Jacobo Rousseau tuvo cinco y a los cinco los mandó a un orfanato para que no le dieran lata. Y una vez que los mandó a un orfanato, escribió uno de los mejores libros sobre cómo educar a un hijo, que es Emilio, o de la educación, un libro que cambió la pedagogía en el mundo. Pero él, en eso se parece a mi padre, era mejor enseñándote cómo debe ser la realidad que cambiando concretamente la realidad. A la hora de escribir este libro, también yo descubrí cosas muy humanas de mi padre, pero que él no me las manifestó como tales porque era muy reservado y todo, y encontré momentos en que me había brindado una compañía decisiva, en que había sido solidario sin decirlo y que solamente ahora al ponerlo en blanco y negro en la escritura, porque es un proceso de autoconocimiento escribir, eso se lo recomiendo a la gente, aunque no sea escritora. El solo hecho de volcar las cosas por escrito te hace verlas de otra manera. Entonces, ahí yo me di cuenta de que en muchos momentos había sido próximo a mí sin afirmarlo, simplemente con algunos actos. Entonces, yo quería empezar con ese desafío y me preguntabas, bueno, evidentemente estoy consciente de esto. He tratado de ser diferente. Pero claro, hay muchas veces que alguien me habla en la casa y yo estoy pensando en un cuento y estoy en las nubes, sinceramente. O, por ejemplo, pues tengo que venir a Monterrey y a lo mejor ese día mi hija quería comer conmigo y pues ya vine a Monterrey, etcétera. Entonces, son circunstancias con las que hay que lidiar. Yo he tratado de estar cerca en lo afectivo, pero pues el veredicto lo tendrán mis propios hijos, ¿no? Espero que por lo menos tenga la cortesía, como yo la he tenido con mi padre, de escribir su libro cuando yo ya esté muerto.

Diego Barrazas: Y mi pregunta también va en línea no sólo con los hijos, sino amistades y demás. Te lo pregunto de forma medio egoísta también. Me pasa un poco a mí, que a lo mejor yo estoy en mi cabeza. No me considero intelectual, pero algo más creativo. Y seguido me preguntan “oye, ¿pero es que se puede tener éxito en los negocios? ¿Se puede tener éxito en como autor y demás teniendo una familia, estando casado, teniendo otros compromisos?” Porque hay muchos que dicen es más fácil si estás soltero y si no tienes ningún compromiso, puedes hacer lo que sea, a la hora que sea. Entonces me preguntaba un poco qué sí te ha funcionado para poder mantener esta cordura en el día a día. ¿Qué dices? ¿“Es que yo termino de trabajar a tal hora”? ¿O “yo tengo esas rutinas y esto hago y esto no hago”? No sé, si existen algunos mecanismos bajo los cuales cuidas tu tiempo también para no quedarte en este universo de ideas.

Juan Villoro: Claro. Vivimos en una época que fomenta mucho una de las peores actitudes del ser humano que es el egoísmo. O sea, una época en que te estás tomando una selfie, en que todo es autorreferente, en que tú quieres tener seguidores en Instagram, antes en Twitter, ahora en X, etc. O sea, una época donde quieres ser visto y quieres tener una notoriedad y parecería que tú eres el centro del universo. O sea, cualquier persona puede ser el centro del universo porque lo importante al llegar a una exposición no es la obra que estás viendo, sino la foto que te tomas junto a la obra. Entonces, en este mundo que fomenta tanto el narcisismo, el egoísmo, yo creo que una cosa muy interesante es que cuando tienes hijos cambia totalmente la ecuación de tu vida. O sea, lo más importante de tu propia vida ya no eres tú. Y eso yo creo que es una relajación muy significativa, es una reeducación. Entonces, tú despiertas en la mañana y no piensas “¿cómo estoy?, ¿qué voy a hacer?” Si no que piensas “¿ya se despertó mi hijo?, ¿ya se despertó mi hija?, ¿qué va a pasar con ella?”, entonces, eso de que alguien esté adelante de tu propia vida te da una dimensión muy importante de lo que es el acontecer. Y te puede incluso favorecer como artista, te puede favorecer como escritor, porque entiendes mejor a los demás. Y el arte solo se hace comprendiendo a los demás. O sea, nadie puede ser un artista exclusivamente individual y solitario. Nos alimentamos de lo que vemos, de lo que oímos, de lo que otras personas nos dicen y de sus reacciones. Entonces, esa actitud, pues cuando tú tienes un niño la vives todo el tiempo. Esta es una cosa sensacional. Y para mí ha sido un reaprendizaje muy importante. Con todo lo difícil que tiene, porque claro, tú de pronto te ves confrontado, te ves hecho a un lado. En fin, tus hijos hacen cosas que a ti no te gustaría que hicieran. Bueno, forma parte de la dinámica humana. Y yo creo que te enriquece mucho eso.

Diego Barrazas: Y ahorita que mencionas lo del libro de pedagogía de Rousseau, ¿se puede separar la obra de lo que ha hecho el autor de esta obra?

Juan Villoro: Bueno, yo creo que todo autor vuelca su experiencia personal en la obra. Volviendo al tema del padre, fíjate que en una ocasión le preguntaron a James Joyce por qué había escrito de la figura de Ulises, su famosa novela se llama Ulises, por qué había recuperado eso. Y él, que venía de una educación católica, como buen irlandés, y que admiraba mucho la figura de Cristo, que es extraordinaria, por qué no había puesto en vez de Ulises, por qué no escribió de Jesús. Y él dijo de inmediato “porque Jesús no fue padre, él solo fue hijo, fue lo único que le faltó a Jesús”. Y es una respuesta muy interesante porque él vivió ese aprendizaje como padre y tuvo un problema terrible porque su hija cayó en la locura. A pesar de que su hija cayó en la locura, a pesar de ese sufrimiento que él tuvo con la hija que adoraba, él no hubiera dejado de ser padre por nada del mundo, lo atesoraba. Y yo creo que ese aprendizaje es sumamente significativo.

Diego Barrazas: Pero mi pregunta está en torno a... O sea, se puede justificar un poco la... O sea, decir “este autor escribió increíble, abandonó sus hijos en un orfanato, pero escribió muy bien sobre tal...”

Juan Villoro: Claro, es que sí, tu pregunta es muy interesante porque tiene dos fases. Yo me quedé en la primera. La primera es, es inseparable la vida del artista de la obra. Todos plasmamos lo que vemos. Si nos vamos cuatro años a Egipto, esa experiencia va a entrar en nosotros de alguna manera. Entonces, esa es la primera cosa, la vida está en la obra. La segunda, juzgar moralmente la obra por la vida, yo creo que es equivocado. Una de las grandes conquistas del periodo de la ilustración en el siglo XVIII fue lograr la autonomía de la obra intelectual, la autonomía de la obra de arte. Es decir, que una persona puede escribir un libro, como el que ya mencioné, Emilio o de la educación, de Rousseau, y esa persona no debe ser llevada a un tribunal de la iglesia o del Estado. De hecho, Rousseau tuvo que huir porque estaban a punto de matarlo por haber escrito ese libro. Hasta antes de la ilustración, la censura ejercida, ya sea por los tribunales eclesiásticos o por los tribunales civiles, era terrible. Entonces, una de las grandes conquistas culturales es decir “esta obra la podemos juzgar sin condenar al autor y juzguemos su mensaje”. Y ahora, el autor puede haber sido una persona maravillosa, qué bien, pero muchas veces la persona que hace esto es una persona muy tortuosa, incluso maligna, y sin embargo dejó una obra fundamental. Entonces, prescindir de las obras de arte porque la persona no tuvo una conducta moral con su familia, con otras personas, yo creo que es un acto de censura absurdo. Creo que esa persona, si se portó mal en la vida o se porta mal si es alguien vivo, debe someterse a la justicia de los tribunales y debe ser condenado en la justicia de los tribunales. O sea, porque también el hecho de que sea un gran artista no lo exime de responsabilidades morales, que eso también es un error. Pensar “no, es que como él es un genio, tiene que hacer unas orgías sádicas, y entonces tiene que hacer las cosas más extravagantes para inspirarse”. Pues no, el señor es un torturador, entonces, él tiene que pagar ante la justicia por eso. Pero aparte, pudo hacer las cosas importantes. Hay una anécdota, que no sé exactamente a quién se le atribuye de la época del Renacimiento, que un pintor renacentista no quiere visitar a otro pintor porque sabe que es una pésima persona y le cae muy mal. Y entonces le dicen “oye, pero es un gran pintor, ¿no admira su pintura?” Y dice “sí, admiro su pintura, pero los artistas son como las luciérnagas. Si ves su luz a la distancia, ¿para qué quieres conocer al gusano?” Muchas veces la luz viene de un gusano, ¿no? Y yo creo que eso dicho hace varios siglos es muy sano para juzgar a la gente, porque ahora incluso con la cultura de la cancelación no solamente se le pide al artista que sea intachable, sino que se le pide que sea intachable en términos que no podía cumplir en su propia época. Por ejemplo, yo he escuchado de un amigo que da clases en una universidad de Estados Unidos que sus alumnos no quieren leer a Platón porque se enteraron que Platón tenía esclavos y era esclavista. Bueno, la famosa democracia griega era una democracia de élite y había esclavos en la sociedad, lo cual nos parece injusto con razón, pero ya culpar a cualquier persona de lo que se pensaba en otras épocas y que era la norma anterior es terrible, porque muy posiblemente nosotros en el futuro vamos a ser vistos… Si la sociedad del futuro se vuelve unánimemente vegana, todos los que comimos un taco al pastor...

Diego Barrazas: No, todas las fotos que saliste con una chamarra de piel o lo que sea.

Juan Villoro: Exacto, vamos a ser perversos, ¿no? Entonces no podemos juzgar con nuestro criterio otras épocas. Yo creo que eso realmente es una nueva forma de censura que por desgracia está imperando mucho en Estados Unidos. Se han quitado ya libros de las universidades.

Diego Barrazas: Sí, les quieren cambiar palabras y demás, ¿no?

Juan Villoro: Le han cambiado palabras, por ejemplo, a Roald Dahl, un autor divertidísimo. En fin, es algo muy triste.

Diego Barrazas: ¿Y tú hoy escribes distinto pensando en cómo es la sociedad hoy? O sea, ¿te cuidas o abordas...?

Juan Villoro: Inevitablemente te afecta la sociedad y hay errores que uno comete. Por ejemplo, yo en mi novela El testigo de pronto dije que una persona era mongol, que comúnmente uno se refería a gente con síndrome de Down, y una persona de ascendencia oriental me dijo “fíjate que eso es peyorativo porque no tienes tú por qué asociar un síndrome, que es una enfermedad, con una región del mundo”. Y yo dije “no, pues tienes toda la razón”. Entonces eso lo corregí. Luego yo escribo teatro. El teatro vive en el presente. Entonces, por ejemplo, en una obra que se llama Conferencia sobre la lluvia, hay una referencia a la palabra feminista, que es una palabra con la que hay que tener mucho cuidado creo que por muy buenas razones. O sea, durante mucho tiempo esa palabra, como tantas otras, tuvo un significado abierto. O sea, tú podías decir feminista de manera irónica, de manera vengativa, de manera solemne, de manera militante, de manera humorista. O sea, podías insertar la palabra en muchos contextos. Hoy en día, y creo que gracias a una muy justificada lucha de las mujeres, es una palabra que denota una postura creo que muy correcta ante la sociedad y que no se puede tomar a broma realmente en el momento en el que estamos. Entonces, en mi obra de teatro la tomábamos un poco a broma, y eso para el espectador ahora, afortunadamente más concientizado, le puede choquear, le puede golpear. Nosotros la quitamos. Hablamos el actor y yo y a los dos nos pareció necesario quitarla.

Diego Barrazas: Pero ¿cómo es diferente eso…? Y no te estoy retando, me da curiosidad entender cómo lo piensas tú. ¿Cómo es diferente esto que dijiste “cambié esta palabra en el libro” a lo que hablábamos ahora de cambiaron las palabras de Roald Dahl? ¿Cuando sí y cuando no?

Juan Villoro: Ahí fíjate que yo creo que tiene que ver con un aprendizaje personal. Porque decir, “a ver, ¿me estoy censurando o esto es síntoma de un aprendizaje que tuve en vida?” O sea, yo creo que el tiempo no pasa en vano y que hay ciertas cosas que tú tienes que corregir. O sea, porque me parece que son percepciones erróneas y no tiene que ver con lo que verdaderamente yo quiero decir, porque mi pregunta es esto. ¿Puedo yo, si suprimo una palabra o si suprimo una frase, alterar el sentido profundo de lo que estoy diciendo? La verdad es que no. Simplemente estoy evitando que haya una malinterpretación. O sea, esa es mi postura, mi postura no es suavizar y cambiar el sentido, sino que lo que yo quise decir de manera irónica ahora se puede leer como un insulto, con lo cual mi mensaje original, que era irónico, queda desvirtuado, pero tienes razón. Mira, el arte en general y la comunicación es cuestión de dosis. Todo es cuestión de dosis. Por ejemplo, si nunca usas una grosería, a lo mejor tu literatura es solemne, pero si la plagas de groserías, las groserías dejan de tener efecto. Lo mismo si tienes sentido del humor, eso es muy oportuno en ciertos momentos, pero si solo estás haciendo chistoretes a lo largo de todo el libro, pues el libro puede debilitarse. Entonces, es también una cuestión de dosis. Y finalmente, la moral también es una cuestión de dosis. O sea, en qué medida y cómo te acercas a los demás. De eso se trata.

Diego Barrazas: Ahorita que mencionabas escribir para teatro, tengo entendido que tu primera obra la escribiste a los 50 años. ¿Por qué esperaste tanto tiempo, por así decirlo? Si ya tenías esa curiosidad, ¿qué pasó que hasta los 50 decidiste empezar a hacerlo?

Juan Villoro: Mira, la verdad tuvo que ver con varias cosas. Lo primero que yo escribí fue teatro, pero sin publicar nada, porque yo pertenecía a un grupo de teatro adolescente. Nos habíamos conocido de niños en el Centro de Teatro Infantil de la Ciudad de México. Nos volvimos a reunir en la adolescencia cuando yo tenía unos 13 años. Y como de los 13 a los 16 años, yo estuve en este grupo. Hicimos varias obras de creación colectiva.

Diego Barrazas: ¿Actuabas?

Juan Villoro: Yo actuaba y escribía parte de las obras. Y nuestro gran gigante, nuestro modelo absoluto era Alejandro Jodorowsky, que fue un director de teatro en México extraordinario que renovó para siempre la técnica de los montajes teatrales, pero además era un dramaturgo contracultural. Tenía una obra que se llamaba El Juego que Todos Jugamos y eso nos inspiró mucho y nos sentimos autorizados a escribir también nosotros. Y nos fue bastante bien con esta obra. Pero luego cuando yo pensé en la posibilidad de seguir por ese camino, pues me enfrenté a dificultades enormes. A los 16 años tú dices “yo quiero escribir una obra” y te das cuenta que el montaje va a costar medio millón de pesos. ¿Y quién te lo va a pagar? Y si yo tuviera un Volkswagen, a lo mejor lo vendo, pero no tenía un Volkswagen que vender. ¿Y quién va a confiar en un dramaturgo tan joven? Y luego convencer a actores, actrices que estén contigo. O sea, el camino para el teatro es enorme.

Diego Barrazas: Un paréntesis ahí. ¿En ese momento de tu vida nunca consideraste decir “oye, papá, échame la mano”? O a esa edad, sabiendo lo que tu papá hacía.

Juan Villoro: No me la hubiera echado para nada, porque ya había yo pasado por expedientes con mi papá de pedirle que me comprara una moto, por supuesto que no. Una guitarra eléctrica, por supuesto que tampoco. Entonces él, si no me compraba una moto y una guitarra eléctrica, imagínate nada más que me hubiera pagado una obra de teatro, para nada. No, era algo fuera de la cuestión. Y luego pasé por el inevitable expediente del mundo teatral, que conocí a un actor de Alejandro Jodorowsky, que él dijo que él sí me iba a ayudar a hacer teatro. Y me pasó lo que le pasa a tantas chicas que llegan a Hollywood y conocen a un productor y el productor les dice “tú tienes mucho talento, me encanta tu vida interior y proyectas una imagen increíble. Quiero que me vengas a ver a mi oficina a las 12 de la noche y vamos a discutir qué tanto talento tienes”. Entonces, con este actor yo al principio pensé que efectivamente había descubierto un joven dramaturgo, pero se había interesado en otras cosas. Yo dije “no, pues es difícil el camino del teatro realmente”. Y me di cuenta, ya en ese momento entré en un taller de cuento, que pues con un lápiz y con un papel puedes inventar un mundo en el cuento, no necesitas otros recursos más que eso. Entonces me dediqué a la escritura, pero iba mucho al teatro, traduje obras de teatro, me relacionaba con directores.

Diego Barrazas: Querías estar en ese mundo. ¿Nunca le dijiste nada a este actor ya después, con los años algo como “oye, te quisiste pasar de lanza”?

Juan Villoro: Fíjate que no, porque finalmente, y en aquella época con la mentalidad de entonces, volvemos a esto, yo simple y sencillamente dije “el cuate hizo su lucha”, porque tampoco fue ofensivo ni nada, fue simple y sencillamente una persona que me empezó a mostrar su mundo que me parecía maravilloso, porque había ido a la India, tenía unos mandalas sensacionales, tenía dibujos de Alejandro Jodorowsky. Él era todo lo que yo quería ser. Entonces, obviamente utilizó eso como una carta de seducción. Y luego pues yo huí de la escena, pero no hubo mayor escándalo ni mayor daño, pero sí me pareció que era un camino difícil y no lo volví a ver nunca a él.

Diego Barrazas: Pero no fue algo que te marcó para no querer seguir el camino.

Juan Villoro: No, pero sí me di cuenta que no era tan fácil nada más decir “yo quiero tener talento y que alguien me pague una...” O sea, ¿cómo montas una obra? Es el gran dilema. Ya cuando yo tenía 50 años y había conocido gente de teatro, había traducido obras y todo, ahí Regina Quiñones, una directora muy generosa, se acercó a mí y me dijo “vamos a hacer una obra”. Y yo lo dudaba porque dije “bueno, igual no me sale”, pero a ella la había yo conocido gracias a un amigo común, el director polaco Ludwik Margules. Yo había traducido teatro para él, había hecho también una adaptación para él. O sea, me había relacionado, era una gente que yo quería mucho. Ella había sido su asistente. Me citó en un café para hablar de la obra que ella tenía en mente y llegó con la cara bañada en lágrimas y rímel así. Y le digo “¿qué te pasa?” Me dice “es que Ludwig se acaba de morir”. Entonces la persona que nos había digamos vinculado murió ese día, pues yo me prometí a mí mismo, fue para mí como una señal de ultratumba. Yo dije “Ludwig nos unió, por Ludwig tenemos que hacer algo”. Y entonces escribí Muerte Parcial, que justamente trata un poco de la muerte. Y ahí empezó una trayectoria que no se ha detenido porque me piqué, me gusta mucho el teatro y entonces creo que voy a tener una vejez dramática.

Diego Barrazas: ¿Y no has vuelto a actuar?

Juan Villoro: La verdad yo no era muy bueno y me da mucha flojera.

Diego Barrazas: Pero un monólogo o una cosa de estas, ¿no?

Juan Villoro: A mí me da muchísima flojera actuar. Me gusta de pronto pensar cómo deben actuar los personajes y en los ensayos estar con ellos y decirles “no, mira, es que debes moverte de esta manera o de esta otra”, pero la idea de repetir lo mismo varias veces, estar al servicio de un texto que ya empiezas a detestar, no sé, no tengo ese temperamento de encarnar la palabra. Me gusta escribirla, pero no encarnarla. Es otra actividad.

Diego Barrazas: Claro. Y eso que dices de Ludwig que te pasó, que viste como una especie de señal o algo así, ¿Crees en ese tipo de cosas? ¿Crees que existen estas señales, estos momentos?

Juan Villoro: Yo creo muchísimo en las señales. Dicen que quien no tiene religión tiene superstición, yo tengo las dos cosas. Yo tengo una inclinación religiosa, pero también soy muy supersticioso. Por ejemplo, ayer fue viernes 13, ¿no? Y bueno, me pasaron ciertas cosas que igual fueron simples casualidades, pero encontré una medallita que había perdido de manera sorprendente. Mi esposa encontró sus audífonos que llevaba buscando un año. Todo lo atribuimos al viernes 13. Pasaron otras cosas. También me hackearon la tarjeta, pero se resolvió de inmediato. Fue muy raro.

Diego Barrazas: ¿Y cómo crees que haya influido esto de superstición o estas señales, por ejemplo, en alguna decisión de tu carrera o tu trayectoria? Porque son cosas un poquito, entre comillas, banales, pero alguna cosa que hayas dicho “mira, le hice caso a esto”, así como la obra, ¿hay alguna otra cosa que haya pasado así?

Juan Villoro: El libro La figura del mundo tiene un subtítulo que el orden secreto de las cosas. Mi padre se refería a la figura del mundo como una constelación de sentido que podía definir una época, que podía definir la mente de una persona, etc. Hay una figura secreta que es lo que está articulando todo, como podemos ver con las estrellas. Entonces, a mí me parece que lo que para muchos es un simple azar, de pronto, si tú lo entiendes como parte de un orden secreto, te puede ayudar. No hay manera de justificarlo, pero esto te ayuda a seguir adelante. Por decirte algo, yo estaba escribiendo la novela El testigo, y uno de los grandes problemas cuando tú escribes una novela es que no tienes un límite. O sea, ¿tu novela debe tener 100 páginas, 200, 250, 600? Hay grandes novelas de todos estos tamaños. ¿Cuál es la talla de la novela? ¿Cuál es el número de caracteres que debe tener? Pues no sabemos. Entonces, yo estaba escribiendo la novela, y uno de los personajes importantes es el poeta Ramón López Velarde, que aparece en la novela porque varios personajes están buscando su legado, y él murió a los 33 años. Y hacia el final de la novela, yo estaba como en el capítulo 28, y dije “¿cuántos capítulos debe tener la novela?” Y empecé a planear lo que me faltaba, y yo estaba entre 31, 35, y dije “no tiene que tener 33”, porque son los años del poeta. Y entonces me forcé a que la novela tuviera 33. Yo no sé si esa fue una buena decisión estética, pero a mí me dio una idea íntima del orden. O sea, yo dije “estoy cumpliendo con un mandato casual, que es el número 33”. Ahora, con una obra de teatro, por ejemplo, es una obra que es una última cena psicodélica, porque trata del descubrimiento de las drogas, de la expansión de la conciencia en los años 60, entonces eran 13 personajes como en la última cena, pero la verdad no se ajustaban, no se ajustaban a la trama y había que sacar a dos. Entonces, 11 personajes, dije “pues se arruinó el número 13”, que para mí era cabalístico, pero me di cuenta haciendo las versiones de la obra, que yo estaba como en la versión número 10, la obra todavía no quedaba. Y yo dije “no, ya entendí el número 13. El número 13 no son la cantidad de personajes, es la cantidad de borradores que tengo que escribir”. Y entonces esto no hay una regla, es una locura. Lo vas sintiendo en cada momento, pero a mí me da un orden interior. O sea, me permite decir “bueno, mira, era el esfuerzo que yo tenía que hacer”.

Diego Barrazas: Qué loco, qué loco. ¿Cómo sabes cómo identificar en ese sentido…? Yo soy parecido a ti. Ahorita mientras me mencionas eso, rijo mi vida con muchas cosas así que no sé cómo explicarlas, pero de pronto van pasando. En tu caso, ¿cómo sabes cuáles escuchar o cuáles decir “soy yo” y en cuáles dices “sí, esto viene de un lugar”?

Juan Villoro: Mira, una de las características de la experiencia humana es que es abigarrada, abrumadora, caótica, dispersa. O sea, el mundo es un bazar loco. Hay demasiadas cosas en todas partes, ¿no? Incluidas las cucarachas o los mosquitos, están ahí siempre. Y entonces, bueno, ¿cómo tú puedes de ese universo tan caótico y desordenado ahí encontrar una historia o encontrar una efigie que va a ser una escultura o un orden? Entonces, si tú tratas de darle cierto método al azar, porque eso es la superstición, la superstición toma las casualidades y les da un método, o sea, une dos o tres cosas, ¿no? O sea, decides que eso te puede ayudar. Ahora, cada uno tiene su forma de relacionarse con esas casualidades y, bueno, yo creo que eso es parte de la destreza de cada artista. Hay muchas cosas que son casualidades que no te sirven, que no te dicen nada, pero hay otras que te funcionan. Yo, en lo personal, mi único método que tengo para esto es la memoria. Porque, mira, yo de pronto veo a una chica con unos zapatos peculiares y yo digo “esos zapatos son muy interesantes, ¿qué personalidad tendrá esta chica?” Pasa el tiempo y veo otros zapatos de un chico que los tiene de tal manera y digo “yo tengo que escribir una historia donde estos zapatos se combinen con estos zapatos, se van a tener que juntar”. Y empiezo a pensar en la personalidad de las dos gentes. Son dos zapatos que vi de manera casual un día en que a mí se me habían roto las agujetas de mis zapatos. Entonces, yo perdí, digamos, un zapato, pero encontré dos zapatos que no son míos que me decían algo, ¿no? Entonces, ¿esa es una buena idea o es una mala idea? Por supuesto que es una idea tan vaga que no sabemos si es buena o si es mala. Entonces, lo que a mí me parece que es como el único tribunal que tú tienes para este tipo de casualidades locas que a veces puedes convertir metódicamente en algo más significativo es la memoria. Pasan los días, pasan los días, y yo me olvido para siempre de los zapatos, no vuelvo a saber de ellos, pues eso no era para mí, eso no tenía nada que ver conmigo. Pero pasan los días, pasan los meses, pasan los años, y de pronto una amiga me dice “oye, fíjate que tuve una relación erótica rarísima”, me dijo una amiga, “porque en Japón conocí a un chico que me parecía maravilloso, estábamos en un lounge de una discoteca y todo, y de pronto él se despidió de manera intempestiva y terminó la cita, y yo dije, ¿qué pasó? Y ya, pues cuando me quise ir, me di cuenta que me faltaba un zapato, entonces este chico era un fetichista de los zapatos, se había llevado mi prenda, yo creo que mi zapato la pasó mejor esa noche que yo, porque yo me sentí abandonada, lo único que quería este chico era mi zapato”. Es una cenicienta al revés. Entonces ella me cuenta esta historia, y entonces ahí esos dos zapatos que yo tenía en la mente, no los había olvidado, estaba pensando en esas personalidades, dije “aquí hay una historia que contar”, entonces yo creo que la memoria es el único filtro. Las cosas que te importan se te quedan grabadas, no sabemos muy bien por qué, para qué lo voy a usar, pero ahí está, y eso sucede en cualquier cosa. Por ejemplo, yo cuando hago crónicas de un suceso real, tomo muchas notas y grabo, grabo entrevistas, todo, a veces incluso tomo fotos, en fin, tengo una documentación, digamos, fáctica, pero luego cuando llego a escribir la crónica, creo que un buen método es escribir de memoria, porque la memoria, vuelvo a lo mismo, te decanta mucho, lo importante es lo que te impactó, Dejas fuera muchas cosas, por supuesto que luego tienes que revisar tus notas y todo, pero si solo trabajas desde tus notas, metes demasiadas cosas que no tienen que estar ahí. O sea, lo más difícil en el arte es prescindir de cosas que son interesantes pero no tienen que ver con lo que tú estás haciendo. Un pasaje muy bonito en una novela pero que ya no va con la novela, una metáfora preciosa en un poema pero que ya no va con el poema, entonces están bien esas cosas en sí mismas, pero hay que sacrificarlas, para que el conjunto funcione, y ahí yo creo que la memoria te sirve como una decantación increíble. Yo a veces he hecho la prueba, por ejemplo, con amigos poetas. Les digo “¿te sabes este poema de memoria?” Me dicen “yo creo que sí, no estoy seguro, pero yo creo que sí”, entonces yo tengo aquí el poema, él me lo recita, y muchas veces pasa que omite dos o tres palabras, que no las dijo, y yo le digo “mira, te saltaste estas dos o tres palabras, pero si las quitas, el poema es más fuerte, porque esas eran pajas, eran adornitos que no tenían que ver”. Entonces la única verdad es esa, la que llevamos dentro y que tiene que ver con lo que recordamos.

Diego Barrazas: Me gusta, me gusta. ¿Por qué empezaste a escribir?

Juan Villoro: No, yo tuve una suerte increíble, porque yo leí el libro De perfil de José Agustín. No era un lector ávido, tenía un rechazo bastante fuerte como al mundo de mi padre que me parecía un mundo muy solemne, muy serio, con libros de historia, de filosofía que no tenían nada que ver conmigo, entonces no era un gran lector. Había leído un par de libros, pero nada más, y un amigo me dijo “tienes que leer este libro, está excelente, es increíble, además trata de un chavo que se liga a una cantante de rock”, y yo dije “no, pues eso está súper interesante”, y entonces lo leí, y de perfil se ubica en la colonia Narvarte, que es muy parecida a la colonia del Valle donde yo vivía, el protagonista está en las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, y yo leí la novela justo en ese momento, las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, los padres del protagonista se están divorciando, mis padres se habían divorciado, él no quería entrar a la escuela, odiaba a los adultos, una serie de características que dije “este personaje soy yo”. Me identifiqué plenamente con él, fue una especie de lectura en el espejo, y ese libro a mí me dio dos cosas: me dio la vocación literaria en el sentido de que yo dije “si él pudo hacer este libro tan divertido, tan maravilloso, voy a tratar de hacer lo mismo”. Me dio una vocación, pero no sólo eso, al darme una vocación me hizo pensar que la experiencia que yo tenía, lo que yo vivía, las cosas que atestiguaba, podían valer la pena, hasta ese momento yo no sabía por qué estaba vivo, tenía muchas crisis de angustia, melancolía, depresión, realmente no encontraba un camino.

Diego Barrazas: ¿Así chiquito a los 15?

Juan Villoro: Sí, sí, una angustia existencial muy fuerte porque dije “¿para qué estoy aquí?” No me sentía cómodo, no me gustaba mi escuela, mis padres se habían divorciado, tenía una familia muy pequeña, no sabía muy bien cómo ubicarme en el mundo, qué era lo que quería. Y de pronto yo dije “a ver, mi vida que se parece tanto a la de este personaje es maravillosa, pero yo no me había dado cuenta, no me había dado cuenta, porque yo no sabía verla de esta manera y describirla de esta manera”. Entonces ese libro no solamente me dio una vocación, sino que me rescató existencialmente. O sea, me hizo sentir que mi vida, al margen de la escritura, el solo hecho de vivir, tenía un sentido, que todo lo que me pasara de ese momento en adelante iba a poder ser susceptible de convertirse en algo ameno, apasionante, emocionante, si yo lo sabía contar, que la vida era una cantera de tesoros.

Diego Barrazas: Sí, que si la chava que te gusta te dijo que no, es parte de la historia.

Juan Villoro: No, y escribes entonces una historia super divertida del cortón que te dio a esta chava e incluso te vengas y entonces hay algunos reproches, ¿verdad? En fin, esta posibilidad de trasmasar, de transformar lo que tú ves, lo que tú vives en algo que valga la pena es extraordinario, más allá de que eso sea bueno o malo. Entonces, bueno, creo que fue la gran suerte que tuve con la lectura de ese libro. Y por cierto, que este escritor que tanto me marcó es el padre del editor de mi libro sobre mi padre, de La figura del mundo, de Andrés Ramírez, que estoy justamente en la feria de Monterrey con él. Entonces, ahí volvemos a lo mismo. O sea, yo digo, “¿es esto una coincidencia o es esto el destino?”  Yo prefiero pensar que es el destino.

Diego Barrazas: Qué padre pensar así, porque justo eso también, todo lo que te pasa es parte de lo que le pasa a este personaje que si es un reto, pues es porque luego va a venir algo mejor, si es algo bueno, es parte de la historia del personaje, ¿no? En el día a día. ¿Cuál ha sido uno de los peores consejos que te han dado en tu carrera? Lo hayas tomado o no.

Juan Villoro: ¿Te refieres a consejos literarios?

Diego Barrazas: Tanto en trabajo como en vida personal, cualquiera.

Juan Villoro: Mira, Gustavo Sainz, que fue un escritor importante y que era muy generoso con los jóvenes, pertenecía a la generación de José Agustín. Él en alguna ocasión me dijo “Juan, tú solo escribes cuentos”. Y me dijo “creo que cometes un error, porque la novela tiene más posibilidades mercadotécnicas”. Así me lo dijo. Yo creo que él tenía razón desde un punto de vista comercial, porque efectivamente los editores prefieren novelas que cuentos. Pero yo creo que era un mal consejo, porque tú no debes pensar en términos mercadotécnicos sobre el arte, porque además la gran paradoja es que cuando tú no piensas en términos mercadotécnicos, a veces eso funciona mucho mejor y se vuelve un éxito mercadotécnico. Mira, hay ejemplos notables. Umberto Eco, que era un gran profesor de la Universidad de Bolonia, daba clases de semiología, era un medievalista, un tipo muy erudito. De pronto, ya aburrido de la academia dijo “no, yo quiero liberarme de todo esto”. Conocía muy bien todos los textos clásicos relacionados con la iglesia, porque los había estudiado, y dijo “yo quiero matar a un monje en una novela. Quiero hacer una novela policiaca donde matamos a un monje”. Eso se le ocurrió. Y escribió una novela en donde buena parte de la trama incluye frases en latín. Probablemente una quinta parte de la novela está escrita en latín. Entonces tú dices “bueno, una novela de un semiólogo que quiere matar a un monje que mete palabras en latín, pues eso es lo menos comercial del mundo”. Y se convirtió en  El nombre de la rosa, que vendió ocho millones de ejemplares. ¿Por qué? Porque él se dejó guiar por su pasión genuina. Y su pasión genuina incluía el latín, incluía la Edad Media, se ubica me parece que en el siglo XIV, en fin. Entonces, yo creo que uno debe dejarse llevar por muchas consideraciones previas al hecho del efecto que va a tener tu libro. Digo, hay escritores que lo hacen en ocasiones con mucho éxito. Y también esa es una forma del talento. Es decir, hoy en día hay que escribir del narcotráfico porque la gente quiere leer del narcotráfico. Es un ejemplo muy claro de lo que ocurre entre nosotros.

Diego Barrazas: ¿Cuál sería uno de los mejores consejos que te han dado?

Juan Villoro: Siempre se puede escribir mejor. O sea, la escritura nunca pienses que es un logro. Lo que puedes llegar es a fracasar mejor.

Diego Barrazas: ¿Cuál es un consejo que tú antes dabas como un buen consejo, pero que ya con la experiencia no darías?

Juan Villoro: Mira, yo algunas veces le he recomendado a la gente que escriba con espontaneidad como un desahogo, sin pensar necesariamente en que eso es un texto literario. Pero yo creo que si esa persona pretende tener vocación literaria, pues no puede escribir un mero desahogo. Desde el principio tiene que tener una cierta idea de la forma. O sea, tiene que escribir sí cosas muy personales que le gusten, que lo toquen, que solamente esta persona tenga dentro de sí, pero vinculadas con formas literarias que ha admirado en otros autores. O sea, que desde el principio sí debe tener... No dejarse llevar nada más por suelto lo que pienso a lo loco, sino suelto lo que pienso, pero ya pensando en una historia, personajes, cosas que yo he visto que en otros autores. Entonces, el culto a la espontaneidad irrestricta, yo creo que es algo que ya no me gusta mucho. Yo, por ejemplo, cuando escribía mis primeros cuentos, pensaba que debían tener un final abierto. O sea, ¿qué pasó al final? Pues no sabemos. Como que se desvaneció y los personajes se pelearon o no se pelearon, quién sabe, que decida el lector. Esa idea como de final abierto también tiene que ver mucho con la espontaneidad y que el lector es la espontaneidad, y yo creo que no, yo creo que la forma es muy significativa.

Diego Barrazas: Tengo una pregunta muy particular sobre qué crees tú que te funcionó para llegar a donde estás en el sentido de hay muchos autores que escribí un libro, escribí dos libros, escribí tres libros, lo que quieras, pero soy autor y listo. En tu caso, estuviste en radio, pero luego escribiste tus libros, novelas, crónicas, maestro, como representación de diferentes organismos. ¿Qué crees que ha hecho, más allá del talento al escribir que te haya llevado todos estos otros espacios que si bien tocan el tema de la literatura, pero que no siempre, no es un requisito ser autor para estar ahí?

Juan Villoro: No, bueno, mira, la literatura es algo que muy difícilmente se convierte en una forma de vida en el sentido económico. Entonces yo creo que el escritor debe estar dispuesto a escribir, aunque no vaya a vivir de eso durante mucho tiempo. Nunca sabes cuánto tiempo va a pasar para poder vivir de tus libros. Y en países como México que no hay tantos lectores, pues esto se dificulta más. Probablemente en México hay 10 escritores que pueden vivir de sus libros, no más, o 20. Realmente es una minoría en un país de 126 millones de habitantes, nada más. Entonces todos tenemos que hacer otros trabajos. Y hay gente que tiene una carrera paralela, por ejemplo, que es abogado, médico, ingeniero, funcionario y aparte escritor. Y en mi caso yo traté de tener chambas que me ayudaran sin necesariamente desentenderme de mi trabajo de escritor. Por ejemplo, tuve la oportunidad de hacer guiones de radio. Hice un programa de rock que se llamaba  The Dark Side of the Moon, lo cual habla de la antigüedad de este programa, porque acaba de cumplir 50 años el disco de Pink Floyd. Y entonces ese programa duró cuatro años, yo escribía los guiones. Entonces al escribir los guiones, pues trataba de meter también cosas literarias que a mí me interesaban, que estuvieran escritas de una cierta manera, que hubiera una aportación parecida a lo mío. En museos de pronto a mí me contrataban para escribir o el catálogo del museo o incluso las cédulas del museo. Por ejemplo, el Museo Nacional del Virreinato de Arte Colonial, otro escritor, Jaime Moreno Villarreal y yo, escribimos todas las cédulas de ese museo.

Diego Barrazas: Pero justo ahí va mi duda, porque ahorita mencionabas que hay gente que dice “yo soy abogado y escribo en mi tiempo libre, pero yo hago algo que a cierto punto depende un poco de mí”. En tu caso, en repetidas ocasiones son puestos que te nombraron, ¿no? ¿Cómo te haces visible para esos espacios? ¿Para que te digan “ah, queremos elegirte a ti para que vengas a hacer esto aquí”? ¿Cómo te pones en el foco para esas oportunidades?

Juan Villoro: El único cargo que yo tuve, que es una larga tradición mexicana, ya se ha desvanecido un poco, pero durante casi un siglo fue muy importante que los escritores participaran en el servicio exterior como agregados culturales. Entonces yo fui agregado cultural en Berlín Oriental. Ese es el único cargo propiamente que yo he tenido. Y ese surgió porque yo estudié en el colegio alemán. Había traducido algunas cosas del alemán, entonces hablaba el idioma. Y había publicado ya un libro de cuentos, o sea, estaba más o menos en el medio cultural con la publicación de La noche navegable, y uno de esos cuentos lo había leído en una lectura pública que se llamaba Encuentro de Generaciones con Sergio Pitol, escritor muy generoso que durante 28 años estuvo en el servicio exterior, fue una gente que hizo prácticamente toda su vida literaria escribiendo en distintos países. Y en ese momento él era subdirector de asuntos culturales. Entonces él vio que yo hablaba alemán, él mismo me tomó como un discípulo y dijo “Juan, a ti te va a convenir mucho irte al extranjero. Yo viví en Polonia, viví en Hungría, viví en Rusia y eso es muy importante para un escritor. Tú hablas alemán”. Y además se dio una gran casualidad y es que en la embajada en Berlín en tres años había habido tres agregados porque el embajador se peleaba con todos y quedaba un año de sexenio. Y me dijo “nadie quiere ese puesto, nadie quiere ese puesto porque todos salen volando”, pero pues yo era joven e inexperto, yo no había ido a Berlín, no sabía ni siquiera si la ciudad me iba a gustar o no, porque es una súper oportunidad. Y entonces fui ahí, estuve tres años en el servicio diplomático que también tenía que ver un poco con la literatura, hice una antología de literatura mexicana ahí, en fin. Pero también me di cuenta que no era mi mundo, o sea, no quise seguir en el servicio exterior y regresé a México a trabajar en la agencia Notimex como periodista. Y he seguido con todas estas chambas durante mucho tiempo.

Diego Barrazas: Siguiente pregunta, ¿qué opinión tienes que poca gente comparte contigo?

Juan Villoro: Bueno, mi opinión futbolística, porque yo le voy al Necaxa, que tiene muy pocos aficionados, entonces creo que la mayoría de los aficionados de fútbol tienen otras pasiones, pero yo digo que el Necaxa es como la literatura: para las minorías ilustradas.

Diego Barrazas: Buenísimo. ¿Qué es algo que la gente no sabe de ti y que si supiera la sorprendería?

Juan Villoro: Pues mira, no sé, no creo que sea yo una persona muy sorprendente, sinceramente. Tengo, por ejemplo, gustos domésticos raros, por ejemplo, lavar los platos, pero eso no es algo que... A lo mejor la gente se asombra porque dice “qué pérdida de tiempo”, porque además yo me tardo muchísimo lavando los platos, porque para mí se convierte como una especie de mantra con la espuma, y de pronto llega mi esposa a mí y dice “oye, ese plato ya lo lavaste veinte veces”. Me quedo así pensando con la espuma, pero por ejemplo tengo ese tipo de manías, me gusta muchísimo caminar, o sea, yo camino, caminar mucho, pero digo, no son cosas que realmente… Soy muy poco sorprendente. Yo creo que la vida de un escritor es bastante aburrida en cuanto a su cotidianidad, pero es muy divertida en cuanto a lo que imagina, al menos eso yo pretendo.

Diego Barrazas: ¿Qué te da mucha curiosidad hoy en día?

Juan Villoro: Uy, fíjate que yo tengo una curiosidad muy dispersa, o sea, me da mucha curiosidad maligna saber qué va a pasar con la inteligencia artificial que me preocupa mucho, entonces es una curiosidad muy seria, he estado leyendo mucho sobre eso, y por supuesto es una curiosidad llena de preocupación de mi parte, ¿no? Tengo mucha curiosidad de qué va a pasar con el fútbol organizado, porque ahora que se ha anunciado el próximo mundial en tres continentes, que es un delirio total, uno dice, bueno, ya. ¿Hacia dónde va el deporte que a mí tanto me gusta? Tengo mucha curiosidad por saber si va a perdurar la cultura de la letra, eso también es una curiosidad llena de temor, ¿no? En qué medida seguiremos leyendo mensajes escritos o no, porque cuando yo empecé a escribir pues parecía que era algo que iba a perdurar porque llevábamos tantos siglos leyendo libros, yo espero que todavía esto continúe. Tengo por supuesto curiosidades personales, o sea, me pregunto qué va a hacer mi hija que ahora tiene 23 años, ¿no? ¿Cuál va a ser su desarrollo? ¿Hasta dónde podré verla? Tengo curiosidades por aprender otras cosas, quiero aprender griego, entonces mi esposa y yo estamos a punto de meternos a clases de griego, de griego moderno, no griego clásico.

Diego Barrazas: ¿Por qué griego?

Juan Villoro: Mira, mi esposa tiene familia griega de ascendencia, nos gusta muchísimo ese país, yo he ido varias veces porque afortunadamente se han publicado libros míos allá y quiero entenderlo mejor, o sea, yo quiero entender el país contemporáneo. La gente que he conocido me ha caído magníficamente, pero solamente he podido hablar con ellos en inglés o en español, los que hablan español, que hay muchos hispanistas, entonces es un país que me cautiva, que me fascina, que creo que tiene bastantes similitudes con el nuestro por tener una cultura antigua tan poderosa, por tener una sociabilidad muy grande, por tener una vida comunitaria y familiar muy intensa, por haber padecido políticamente mucho, por estar sometidos por países mucho más poderosos, en el caso de ellos Alemania a la que le deben tanto dinero y el Banco de Europa, en el caso nuestro Estados Unidos, en fin, es un país que creo que tiene claves muy importantes para mí, pero quiero conocerlo más de cerca, entonces esta curiosidad pues me lleva a pensar que debo aprender griego. Ojalá llegue a hacerlo.

Diego Barrazas: Dos preguntas más. Libro, película, documental, serie, cualquiera, no tiene que ser todo, obra de arte incluso, que haya marcado un antes y un después en tu forma de entender el mundo, de ver la vida.

Juan Villoro: Bueno, a mí me gustó mucho en el cine Ladrones de bicicletas, que es una película maravillosa, conmovedora del neorrealismo italiano, de Vittorio de Sica. Es una película entrañable en donde tú ves la necesidad de una persona por acercarse a una bicicleta como un objeto del deseo, un objeto de salvación, algo tan sencillo como eso, y es una película conmovedora que me llevó incluso a pensar que yo podía dedicarme a escribir para el cine, entonces en una época incluso estuve a punto de enrolarme en una escuela en Italia para guionistas porque me interesaba mucho el cine italiano de esa época, aprendí italiano para poder ir allá, en fin, esa película me marcó muchísimo, fue definitiva y cada vez que puedo la vuelvo a ver. Bueno, música, por supuesto The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, que es una obra maravillosa, el momento en que el rock progresivo se situó de una manera ya como parte de la música clásica de nuestro tiempo, que utilizó el estudio de grabación como un instrumento más con el aporte de Alan Parsons y metieron ruidos como una caja registradora, el latido de un corazón, el motor de un helicóptero como parte de la música, es muy poética y me gusta mucho lo que significa el título, porque el lado oscuro de la luna es el reverso de las cosas, la parte que no vemos de la realidad y ellos también aluden con esto a la locura. No siempre vemos la locura o no siempre entendemos la locura y muy concretamente estaban aludiendo a Syd Barrett, que fue de los miembros fundadores del grupo y que acabó en la locura. Entonces, ese disco para mí es canónico y ahora he tenido que sufrir la nueva versión que hizo Roger Waters.

Diego Barrazas: Perfecto. Última pregunta. De todo lo que has vivido tanto en lo personal como en lo laboral, has tenido un montón de aprendizajes. Si tuvieras que quedarte con tres aprendizajes que quisieras tener siempre presentes, que fueran como esta brújula o este norte que marcan tu camino, ¿cuáles serían?

Juan Villoro: Bueno, es difícil porque arbitrariamente uno tiene que escoger cosas aquí para no ser descortés con la pregunta, entonces quizá uno se equivoca. El día más definitivo por supuesto de mi vida es cuando nació mi hija Inés, el 22 de febrero del año 2000. Curiosamente ese día era el centenario de Luis Buñuel, otra de mis figuras tutelares y como ya sabes que creo en las coincidencias me pareció muy significativo ese día, entonces bueno, eso marcó para siempre un cambio en la vida. Para mí fue muy, muy importante el día en que Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones en la Ciudad de México como jefe de gobierno en 1997. Fue la primera vez que hubo elecciones para ese puesto y fue la primera vez que yo pensé que un candidato mío podía ganar. Nunca más un candidato mío ha ganado nada. Entonces fue como un momento de utopía realizada. Eso para mí fue también el descubrimiento de que la voluntad popular de la que tú formas parte puede eventualmente ganar algo. Yo creo que eso fue decisivo. Y otro aprendizaje para mí fundamental fue cuando entré al taller de Augusto Monterroso, que fue un gran escritor. Tenía un taller en el que solo aceptaba tres alumnos. Había que concursar para llegar a ese taller y él era muy severo. Yo venía de otro taller en el que había tenido un maestro muy cariñoso, que me apoyaba mucho, que confiaba mucho en mí, me estimulaba mucho. Era una mezcla como de manager y maestro porque siempre me alentaba, me regalaba libros, todo, entonces era un maestro muy apapachador. Y de pronto me encontré a Monterroso y Monterroso me demostró que yo era un pésimo escritor. Y me dio dos enseñanzas porque primero me demostró que yo era muy malo y eso fue muy doloroso. Pero luego me dijo mira, es que si quieres ser verdaderamente bueno, te va a costar mucho trabajo, pero vas a tener mucho mayores recompensas. Un alpinista no se puede conformar con subir una loma. Subiste una loma y dices “ya llegué al techo del mundo”, no. Si tú eres alpinista, si tú eres montañista pues tienes que conquistar el Everest. Va a ser muy difícil. Probablemente te vas a accidentar, te vas a despeñar, te va a pasar algo terrible, tal vez, tal vez. Pero si logras sobreponerte a todo eso y la falta de oxígeno y todo, ahí sí vas a llegar al techo del mundo. Entonces tú estás muy lejos de ascender, pero si sigues en el camino lo tienes que hacer por eso. En el taller de Monterroso la mayoría de los alumnos dejaban de escribir porque yo creo que más que un taller de creación era un taller de inhibición. Te sometía a este reto tan fuerte, pero pues fue la mayor enseñanza que yo pude recibir porque efectivamente yo era un pésimo escritor, pero si quería escribir de manera diferente tenía no solamente que superar ciertos obstáculos, sino que pensar que si lo superaba las recompensas serían mayores.