Alma Delia Murillo es una escritora y guionista mexicana. Ha publicado varios libros de cuentos y novelas, siendo su título más reciente La cabeza de mi padre, de editorial Alfaguara. También ha colaborado como columnista en diversos medios como Sin Embargo y El Universal, así como en el guión de podcast y audio series.
Antes de ser escritora, Alma Delia trabajó en call centers y en la industria de la moda, específicamente en el ramo del e-commerce.
En este episodio hablamos sobre:
-El valor de la soledad
-Controlar el miedo
-Hacerle caso a la intuición
-La importancia de las palabras
-Las mujeres en la literatura
Regístrate al SietedeSiete, un newsletter semanal donde puedes encontrar los mejores recursos, videos, artículos y herramientas que te ayudan a abrir la mente y llevar tu vida al siguiente nivel.
DEMENTES Podcast: @dementespodcast
Diego Barrazas: Instagram & Twitter
Learn more about your ad choices. Visit megaphone.fm/adchoices
Sigamos la conversación, cuéntame qué te pareció este episodio en redes sociales:
DEMENTES Podcast: @dementespodcast
Diego: Bueno, antes que nada, Alma Delia, quiero saber cómo te sientes ahora que no está El Morro contigo, que ya no vive ahí. Sé que tenían una relación padre, entonces, ¿cómo es esta cosa?
Alma Delia: Bueno, ¿qué es esto, brujería? Sí, Morro, mi perro, mi perro, un Weimaraner. Pues lo extraño, pero también creo que era mejor que estuviera en un espacio más grande, más libre. Esa raza es súper inquieta. Necesitan mucha compañía y mucho espacio, ¿no? Pero qué loco que justo anoche soñé con él.
DB: Estoy preocupado, porque si soñaste con él y tus sueños...
AD: No, era un sueño bonito.
DB: Ah, ok. Porque dije, no, no... A ver, bueno, hablando de los sueños, ¿desde cuándo te diste cuenta que tenías este don, poder?... No sé si sea... Si lo manejas o lo sientes como un don o una maldición. ¿Desde cuándo empezaste a darte cuenta de esto?
AD: Bueno, primero quiero decir que yo creo que todos tenemos la capacidad de contactar con esa otra parte como más soft de... Es conocimiento. Lo que pasa es que somos tan hiperracionales que lo que no encaje en una forma de conocimiento… Y estoy segura que todo el mundo tiene mil anécdotas de ese sueño, ese dolor de panza que les avisó de algo. Pues cuando murió mi abuela, Doña Paz, una viejita cabrona y maravillosa, yo soñé que venía. Volaba como un ave, y cuando yo me acercaba le veía el pelo blanco y muy largo, y los ojos como monedas. Y pensé “esta es mi abuela”, y murió al otro día. Eso fue en 2013. Y entonces, pues, pasan los años y no estás tan pendiente de qué sueñas o qué no sueñas. Cuando aparece el sueño del búho, del que cuento en la novela La cabeza de mi padre, diciéndome “tu padre va a morir”, porque, además, según mi libre y muy fumada interpretación, lo que yo veía cuando mi abuela era una especie de colibrí, una colibrí anciana, y esto otro era un búho, ¿no? Entonces, de pronto dije “bueno, por ahí mi inconsciente está hilando el mensaje y el mensajero”. Y ya, no me gusta rascarle mucho, pero sí me pasa así.
DB: Pero ¿abrazas ya esta forma de interpretar las cosas o le huyes un poquito?
AD: No, yo como soy atascada, ya si se está sintiendo, que se sienta, lo abrazo. Pero, además, llevo muchos años en psicoanálisis, que es una cosa muy cara, y es meterse una paliza, pero a la vez es también un gran espacio de reconstrucción. Una de las prácticas que el psicoanálisis recomienda es anotar tus sueños. Entonces, llevo muchos, muchos años, como 15, que anoto mis sueños todas las mañanas, y se va haciendo una especie así como de facilidad de recordación, esta sensación horrible de “ay, ¿qué soñé? Se me acaba de ir”, ya cada vez me pasa menos por la práctica de anotar los sueños.
DB: ¿Y siempre te acuerdas de los sueños? Porque sé que siempre soñamos, pero yo ya tengo un rato que no sueño.
AD: Es muy difícil que no me acuerde de que soñé, lo cual es maravilloso y una maldición al mismo tiempo.
DB: Es algo padre. ¿Y por qué se fue tu perro de tu casa?
AD: Pues porque vivíamos solitos el perro y yo. Bueno, hice un proceso de adopción del Morro, nos adoptamos mutuamente cuando yo vivía en pareja, en una casa muy grande, con terraza, etcétera, y con más personas. Me separé, me quedé al perro, pero nos fuimos a un espacio muy chiquitito para el perro y para mí, y además, pues yo me iba todo el día a trabajar, entonces, esta cosa dolorosísima de que tu perro se quede solo todo el día, uno, o dos, se vaya todo el día con el paseador, se empezó a hacer y él se empezó a poner muy triste, ya no comía y tal. Y pensé “necesita compañía y necesita otro espacio” y bueno, entonces ahora está en un espacio con otros perros, digamos, a las orillas de la Ciudad de México, en un mejor lugar.
DB: Y en el día a día, estar en tu casa, sola, o sea, ¿cómo lo sientes en...? A ver, esto te lo pregunto porque sé también que tienes esta hipersensibilidad a las emociones de la gente, a los sentimientos y demás, y no sé, desde fuera puedo pensar que, cuando tenías este perro en tu casa, de pronto te hacía estar como compañía, o a lo mejor pudieras descargar un poco esas emociones con esto, y ahorita que estás sola, ¿cómo lo estás manejando?
AD: Pues...
DB: Empecé muy denso, ¿verdad?
DB: No importa, sí, esto está bueno porque yo creo que hay que hablar más de las emociones de lo que hablamos, en general le sacamos al tema. Mira, la cosa es que a estas alturas, que ya soy una señora muy mayor, pues vas encontrando tus modos de administrarte. Entonces, primero, la soledad en realidad es algo que a mí me gusta mucho. Se necesita. Muy cabrón se necesita estar tú solo, sola para escribir. O sea, este es un oficio solitario, como el del asesino, pero muy cabrón. Entonces, eso vuelve interesante la negociación con las parejas, con las personas con las que te relacionas. Entonces, para mí estar sola está bien. Luego, la carga emocional de escribir que existe en todas las personas que escribimos, se escribe con las emociones, pues le vas dando salida. En mi caso, voy a correr todos los días al bendito bosque de Chapultepec. Ya confesé que voy a esta terapia, a mirarme el ombligo, a ser junkie de mí misma y mi cabeza, pero bueno, pues es lo que hay. Ya me acepté. Y luego tengo los vínculos que tengo, mi familia, mis amigos. Ahora tengo novio. Soy de vínculos muy cercanos, o sea, pocos, pero muy profundos, entonces, pues ahí se va la cosa. Pero escribo sola, miento madres, me levanto, puteo por toda la casa, busco un libro, lo abandono, me harto. Voy por un té, bueno, otro té, bueno, otro té, bueno, ahora sí, ya voy a escribir. Pero con Morro era “Morro, ven, la pelota, juguemos”, “lo voy a sacar un ratito”.
DB: Pero, a ver, por ejemplo, en La cabeza de mi padre, cuentas al final, cómo te empezó a llegar un montón de mensajes de gente contándote historias de lo que habían pasado, ¿no? Y llegó un punto en que tienes que decir “no puedo seguir yo recibiendo esto” porque igual ni te dedicas a eso, ni eres experta en terapia y además emocionalmente está cabrón. Pero luego sigues constantemente escribiendo sobre temas relacionados. Acabas de sacar el podcast con Dudas media, 10 Mujeres, y pues es meterte a esas historias. Y entonces, o estás muy...
AD: “Tú eres muy pinche necia”, dilo, dilo.
DB: O sea, como masoquista o... ¿Qué encuentras ahí en esa relación entre no querer absorber eso por lo que te afecta, pero al mismo tiempo estar todo el tiempo absorbiéndolo, leyéndolo, escribiéndolo, comentándolo? ¿Por qué lo haces?
AD: Sí, es una gran pregunta. Es mi pregunta de las últimas sesiones de terapia. Mira, por un lado, creo que es que si no escribes de aquello que te mueve y te conmueve profundamente, desde mi punto de vista, porque esto de escribir es una vaina que no hay fórmulas, ¿no? Y no se te va a morir el paciente en la sala de operaciones, por eso digo con tanto desparpajo tanta cosa que digo, pero yo creo que si no escribes de lo que te mueve y te conmueve, ¿para qué chingados escribes? Esa soy yo, y a mí me mueve y me conmueve por lo más profundo de la condición humana. Me agarra la furia con el tema de la violencia de género, los feminicidios en este país. O sea, México debería declararse en estado de emergencia. La tasa más alta de feminicidios de Latinoamérica la tenemos nosotros, muy lejos de Brasil, de Chile, de Argentina, ¿no? Entonces, pues ni me lo pregunto, un poco te atropella, ¿sabes? O sea, pasa por encima de ti eso que te mueve y que te empuja a querer escribir. Y me gustan las honduras y las espesuras. Creo que es un tema ahí medio de naturaleza, de carácter y también de elección. Sí he elegido quedarme escribiendo en esos registros porque es lo que me mueve, si no, me da pereza.
DB: Sin embargo, por ejemplo, yo en lo que leí de tu trabajo, a diferencia de... Seguido te invitan a hablar sobre feminismo, a hablar sobre estos casos, pero en tus novelas está presente, pero al mismo tiempo no es el tema central de esto, ¿no? O sea, a veces hasta lo pasas medio de pasadita. Como, “ah, pues es parte de lo que pasó, está muy mal” y luego pasas a otra cosa, otra cosa. ¿Te gusta estar abanderando este tema? ¿Se dio por casualidad y ahora lo estás llevando? ¿Te encontró, como dices, te encontró el tema y ahora sientes una responsabilidad de tener que ahora escribir más sobre esos temas o cómo lo sientes? Y un poco te lo pongo también del lado de esta constante reinvención que tenemos todos, de “no quiero quedarme en una sola cosa todo el tiempo”, ¿lo piensas?
AD: Sí. Bueno, yo creo que justo lo último que acabas de decir es como la primera parte de esta reflexión. Mi oficio es escribir, soy una junta palabras, como me gusta decirlo. Y no es lo mismo escribir columnas, ¿no? En realidad es una calamidad escribir columnas.
DB: ¿Por qué?
AD: Pues porque una columna es casi un oficio de mal agüero, “a ver la chingadera de la semana”, y siempre hay para escoger. Es muy duro, es muy duro. Y entonces lo decimos porque hay que reírse, pero sí es brutal pensar “¿de qué escribo? ¿De los migrantes, de los dos feminicidios de la semana? ¿Me hago wey? ¿Respiro un poco? ¿Cuento otra cosa?”. O sea, la columna es un registro. Escribo también guiones para audio series, podcasts, teleseries. Ese es otro formato de escritura que básicamente se trata...
DB: Escribiste para Shark Tank, nada que ver.
AD: Estuve en Shark Tank, ahí como parte del equipo de investigación de traer a los... Perdónenme, era joven y necesitaba el dinero. De traer a los emprendedores, ver cuáles historias podían funcionar, porque ahí también se clava un poco el oficio de narrar. Es otro registro, escribir guiones es otro. Es estar recibiendo indicaciones del productor, el showrunner, el cliente, la plataforma, que ni escribir saben, pero tienes que seguir lineamientos. Y escribir narrativa sí es el espacio donde yo me siento mucho más libre, al mismo tiempo mucho más enfrentada a mis propios demonios. Es el abismo de escribir desde la autofagia, de escribir alimentando de ti misma el texto y haciendo que el texto te alimente. Eso último es lo que yo más quisiera, nomás que es lo que peor paga.
DB: Para quien no sepa, ser autor y tener novelas no es tan bien pagado.
AD: No, amigos, no, no, pero si quieren escribir, escriban, qué chingados. Bueno, entonces, cuando yo escribo ficción, pues me gusta eso, lo mismo los cuentos, que son personajes disímbolos, El vendedor de tamales. Bueno, sí hay una vengadora de feminicidios, Jackie, y otros tantos. La niña de la semilla de frijoles o la mesa maligna. Es ficción, es pura diversión es algo...
DB: Ficción, pero… Yo primero empecé por la cabeza de mi padre y luego empecé a ver cosas donde... No sé, la canción de Juan Gabriel digo “ok, tiene que ver con su vida”, o lo de los tamales, pues yo encuentro paralelismos con...
AD: El papelito del tamal, adentro del tamal, trae la frase.
DB: Las mariposas negras y las mariposas blancas. Pero entonces ya no sé...
AD: Porque hay como un universo simbólico, onírico. Yo creo que en general todas las personas que escribimos tenemos como ciertas obsesiones, ¿no? O sea, se vuelve un poco eso. Pero el otro tema, o sea, la ficción y estos espacios y jugar, también hay mucho de eludismo, ¿no? De nunca haber madurado, básicamente. Pero lo otro, cuando yo empiezo a escribir... Escribir es pensar, ¿no? Y escribir me lleva a pensar en este país en el que vivo y eso, que desaparezcan a las niñas. Lo único que pienso es que no me sentiría bien de no decir algo al respecto, de no escribir. Yo no quiero abanderar ninguna causa. Creo en particular, además, que lo que está pasando ahora es que esto es, sobre todo, un movimiento muy horizontal, muy colectivo, vamos como... Esto de 10 mujeres es un trabajo absolutamente de equipo. O sea, aunque yo escribí, pero sin la investigación de Daniela, que es la periodista, sin la idea que tuvieron Lety y Ash de hacer este... O sea, siento que es más bien empujando un colectivo, pero por supuesto que es inevitable que si tú eres la que escribe, o en las columnas o tal, pues sí, de pronto, la gente quiere estar contigo en esa conversación. Con todo lo incómodo que es, pues yo me quedo ahí, ¿no? En esa incomodidad.
DB: A ver, hablando de la incomodidad y el tema que se hace... No lo dijiste con esas palabras, pero el miedo de escribir y de estar allá afuera, ¿cuándo le pierdes el miedo o el pudor de contar las cosas que cuentas en los libros que cuentas pensando en la gente que lo va a leer? Porque independientemente, por ejemplo, y ahorita que lo mencionamos, el caso de la niña del frijol, puede o no puede ser verdad, pero el simple hecho de que lo cuentes habla de... O sea, se te ocurrió a ti, ¿no? Y entonces... O Jackie, la historia de lo que cuentes de Jackie y cómo haces lo que haces y demás, es como, “no me voy a poner nunca en contra de Alma porque un día a lo mejor me agarra como Jackie ¿Cuándo empiezas a...? Y eso es dentro de la ficción, pero dentro de la parte de La cabeza de mi padre, que es ya más biográfico, cuentas cosas, algunas con detalles, algunas con nombres, ¿cuándo empiezas a perderle ese miedo, preocupación, pudor de la gente que lo va a leer?
AD: No, es que no se pierde nunca. El punto es que dices con todo y miedo, ¿no? O sea, en lugar de que se vaya o se pierda, lo que aprendes es a decirle a tu miedo, que es una bestia babeante, “sentado”, “callado”, “la patita”, ¿no? O sea, un poco aprendes a llevar al animal contigo, pero escribir es exponerse. O sea, la niña del frijol… La niña es una niña que se masturba por primera vez con una manzana gracias al experimento del frijolito, que crece en un lugar oscuro y húmedo. Y en La cabeza de mi padre, que es completamente autobiográfica, todo lo que está contado ahí es verdad, sucedió, yo no inventé nada, no ficcioné nada, por supuesto que me daba mucho pudor, me le quería rajar a la editora, a la directora de Alfaguara, que es Mayra González, porque sí, sí da pudor, por supuesto. Cada vez que alguien me dice "acabo de leer tu novela", siento tantito algo en la panza, como “ya me vio el cableado”. Pero este oficio es así. Yo, cuando doy talleres de escritura, siempre les digo... O sea, todo oficio tiene sus cosas maravillosas y sus cosas horrendas. Una con la que hay que aguantársela y tragar camote en escribir, es exponerse. Y ni modo.
DB: ¿Has tenido consecuencias a raíz de lo que escribes? Y no me refiero a consecuencias legales o cosas pero es tan sencillo como, oye, un nuevo novio y que tu novio antes leyó esto y que te diga, “oye, ¿esto es verdad? ¿esto qué onda?” Y tener que explicar y demás, ¿o no has tenido cosas de estas?
AD: Sí, algún novio celosillo que dijo "me dio celos cuando leí". Hay un cuento enCuentos de maldad que se llama Diablo frágil, que es del sismo del 2017, y la protagonista está con su amigo en un centro de acopio, llega la noche, se van a dormir juntos y tienen un encontronazo sexual ahí. Un novio me dijo "me dio muchos celos leer eso", y yo, oh...
DB: Pero, por ejemplo, ese tipo de comentarios ¿hace que te la pienses cuando escribes algo? ¿Hace que digas “uy, a ver quién lo va a leer” o nada?
AD: No, no, eso no, porque... Esto lo digo mucho y a lo mejor no me lo creen, pero créanme, o sea, cuando escribes, no escribes pensando en quién te va a leer, escribes pensando en la historia. A mí solo me importa qué va a pasar en ese cuento con la cobija verde que le llevaron al señor que dormía en la calle y ya no está y ella dice "llegué tarde, pero le voy a dejar la maleta", y luego, ¿qué va a pasar con la maleta? ¿Volvió o no? O sea, no pienso en ello. Punto y aparte, en La cabeza de mi padre, sí, por supuesto que... Ay, pues es un terreno mucho más denso emocionalmente.
DB: Y es tu familia.
AD: Y es mi familia, exacto. Entonces, ahí, por ejemplo, a mi hermana mayor, que tiene quemaduras de tercer grado, que es parte fundamental de esta historia, lo que rompe a mi familia, por supuesto que yo de ninguna manera hubiera contado algo que ella me dijera que no. Entonces, fui y le pregunté si podía hablar de su accidente, de sus quemaduras, y me dijo “por supuesto que sí”, además, cuando lo leyó, fue tan amorosa, lloré y lloré sin control.
DB: ¿Toda tu familia lo leyó ya o no?
AD: Mi mamá no.
DB: De hecho dices “prefirió ser mi mamá que mi lectora”.
AD: Y ahí sigue, ¿eh? Ella es muy perseverante. No lo va a leer.
DB: ¿Sabías que no lo iba a leer desde el principio?
AD: Lo sabía. Lo sabía. No ha leído ninguno de mis libros. Ella va a mis presentaciones, se llena de orgullo, me llena de besos. Y luego pone el libro ahí.
DB: ¿Alguna vez eso te hizo ruido? O sea, es decir “¿por qué mi mamá no quiere leer ninguno de mis libros?” O que se lo cuenten o que lo escuche o algo, ¿nunca te ha hecho ruido?
AD: No. Como empecé a escribir, pues ya mayorcita, ¿verdad? Como que un poco ya tienes asentadas ciertas cosas, ¿no? Así que no. Mi primer libro lo publiqué hace diez años. Tampoco lo leyó. Fue a la presentación, aplaudió y todo, pero no lo leyó. Pero a mí ya no me importa. Lo que me importa es eso que hay entre ella y yo tan profundo.
DB: Vamos a cambiar por un momento de tema, pero me dio mucha curiosidad. ¿Recuperaste el primer libro? ¿Tienes ya los...?
AD: Los derechos ya son míos. No los recuperé, fíjate. O sea, estoy tan mal que ni siquiera ya hice nada por defenderme, pero pierden vigencia.
DB: ¿Esa cuál es?
AD: Se llama Damas de Caza.
DB: Ok, Dama de Caza, que ya está con otra...
AD: Ahorita no está con nadie. Los derechos ya son míos de regreso porque tenía vigencia de siete años, entonces ya pasaron esos siete años. Yo podría reditarlo, compilarlo, meterlo en otro...
DB: Entonces ya fue así, no fue porque tú fueras a decirle...
AD: Ir a pelear, no, soy muy peleonera. Soy insoportablemente peleonera. Qué horror. A veces digo “¿por qué me hiciste así, Diosito?”, pero hay cosas con las que no peleo.
DB: ¿Te metes en problemas por peleonera?
AD: A veces.
DB: Me da la impresión de que no estás muy ok con las figuras de autoridad.
AD: Se me hace que tú tampoco, por eso…
DB: No, pero me da curiosidad saber tú...
AD: Sí, sí, sí. Siempre he sido rebeldona.
DB: ¿Sabes de dónde viene eso? O sea, ¿de dónde nace?
AD: Pues claro, de ser la menor de ocho hermanos. O sea, ya cuando eres la menor de dos traes lo tuyo, pero la menor de ocho es... O te peleas o te peleas, o los mandas al carajo a todos o hay siete arriba que te van a querer ningunear y de ninguna manera.
DB: Pero ¿cómo le fuiste perdiendo el miedo a estas…? A ver, tanto con los padres, en las empresas en las que estuviste y demás, constantemente estabas en esta onda de retar la autoridad, que hoy de grande te lo entiendo. O sea, hoy que te inviten a un proyecto y te digan “tiene que ser así”, y decir “tú no escribes, yo sé cómo se hace o cómo creo yo y punto”, pero de tan chiquita, ¿eras consciente de lo que estabas haciendo?
AD: Pues creo que eso es un poco... Ahí se cruza la biografía de venir de donde vengo. O sea, yo nací en Ciudad Neza, crecí en Ecatepec, pobre como rata, entonces, cuando no tienes nada que perder, es como... O sea, no es así de razonado. O sea, parece que estoy haciendo un statement. Ni estoy haciendo eso, ni estoy romantizando la pobreza. Sería una chingadera mayúscula que hiciera tal cosa. Pero sí tienes esta sensación de, bueno, ¿y qué voy a perder? ¿Y qué voy a perder? Esa es una cosa. La otra cosa...
DB: Pero eso lo tienes ahorita, ahorita lo piensas así.
AD: Pero sé que eso siempre ha estado en mí.
DB: ¿El no tengo nada que perder? ¿Eso siempre lo tuviste?
AD: ¿Y qué? ¿Y qué? O sea, ¿y qué si me corren? Y me corrieron, de hecho, me corrieron en Multivisión por ser rebelde con el jefe y además, porque es una empresa medio machina, la verdad. Así voy.
DB: Ibas decir dos cosas. Dijiste que uno es eso, de “vengo de acá”, y lo otro…
AD: Ah, y lo otro, a esta edad, es por supuesto… Siempre me pregunto cómo se irá a tomar esto, pero bueno, vivo en 2023, que se tome como se tenga que tomar. La otra es la condición de no tener hijos y no tener ningún dependiente económico. Sí da una libertad muy especial, ¿no? Tengo que decirlo, pues. Y entonces, eso me ha permitido casi siempre algo como saltar, decir, bueno, ¿y qué?
DB: Ya, o sea, no te llevas a nadie, por así decirlo.
AD: Eso, eso.
DB: A ver, ahorita, nada más para regresarme a la parte donde dices que eres muy peleonera y la parte donde si no has tenido consecuencias, en tu libro mencionas nombres de todo, de tu trabajo, de la editorial esta, de la persona que abusó ti y demás. ¿No has tenido consecuencias de eso? Lo haces como unas... ¿Con estas personas llegaste a hablar con ellas previo al libro? ¿O es también una especie de “estoy buscando pleito”? O sea, ¿cómo lo concibes en tu cabeza? ¿Tuviste que meditarlo? ¿O fue “chingue su madre, voy a poner aquí, esta es la compañía y estas son las cosas”?
AD: Pues es que como yo tenía la bonita fantasía de estar diciendo la verdad, porque la verdad es una cosa muy complicada, ¿no? Podríamos echarnos otro podcast para eso, pero... Entonces pensé, pues no te vas... O sea, es como ir a terapia, por ejemplo, para quienes vayan, decir “no estoy pagando la sesión para venir a mentir”. Le voy a decir a mi terapeuta que volví a hacer la misma chingadera que ya sé que no debo de hacer, entonces, a la hora de escribir La cabeza de mi padre, yo pensaba “pues si ya estoy en esto no voy a no decir la verdad, no voy a omitir el nombre”. Punto. No ha pasado nada. En una presentación en Cuernavaca se acercaron a mí dos mujeres, más o menos de mi edad, un poco más jóvenes, que me contaron que habían ido con ese mismo médico, Federico Bonilla, y que había abusado, tenido tocamientos impropios con ellas, pero hasta ahí. Ahora, sí que llevo mis dos ya consecuencias por escribir esa columna que escribo en el periódico. Una, criticando en 2020 la postulación de Salgado Macedonio, que decíamos que un violador no puede ser gobernador. Me llegaron amenazas a mi teléfono de que me iban a violar. Tuve que ir a la fiscalía a presentar una denuncia. Me acompaño Artículo 19, que es este organismo por la libertad de los periodistas. Y la otra es que recién me demandó Pedro Salmerón, junto a otras 27 escritoras, periodistas, porque cuestionamos su nombramiento como embajador de Panamá porque tiene un largo historial de acoso. No lo hicieron embajador. Yo publiqué una columna entrevistando a una de sus víctimas y entonces estoy en la demanda de esas 27 personas, yo soy una. O sea, de que hay consecuencias las hay, pero esas nunca están en mi radar.
DB: ¿Quién las maneja? O sea, no está en tu radar cuando estás escribiendo esto y demás, pero ¿cómo administras este tipo de cosas? ¿Tienes un equipo, tienes a alguien que te eche la mano y dice, bueno, vamos a hacer así? A ver, pensando en también, yo soy la editorial, ¿no? Y yo, junto contigo, decidimos “sí, vamos a poner esto, y si luego pasa algo y “es tu pedo”, pues qué mala onda.
AD: Sí, no, no ha sido así. En los dos casos que te acabo de decir, es por escribir en el periódico Reforma y la neta es que no. Más bien, ha sido, “¿qué hacemos? Vamos juntos. ¿Cómo lo quieres manejar?” Y hay una comunidad muy chida en este país, aunque parezca que no y que luego solo nos estamos contando el lado feo, también hay una cosa efervescente, bellísima que es que estamos aprendiendo a cuidarnos en colectivo. Por supuesto que Artículo 19, un montón de abogades me ofrecen “te ayudo, te defiendo, veo la demanda”. Entonces, en el primer caso, Artículo 19 y abogados me acompañaron y demandamos contra las amenazas que recibí y en el otro, bueno, se está valorando tomar acción.
DB: Me voy a cambiar por completo de tema.
AD: Cambia, tú cambia.
DB: ¿Cuándo en tu vida fue cuando ya dijiste “soy escritora”? ¿Cuándo ya te presentas como soy escritora o soy autora? Porque no tuviste una preparación de eso. Toda la vida fuiste lectora, pero no escribías, no tuviste una preparación formal al respecto. Trabajabas en empresas, eras muy buena y trabajabas con marcas donde hacías muy bien tu chamba en ese sentido. Aún tengo por ahí la impresión de que no querían que te fueras y aún así te fuiste, entonces, quiero que me hagas cuentes un poquito esa parte. ¿Cómo llegas a decir “chingue su madre esto, me voy a dedicar a escribir”? ¿Y cuando una vez que escribes, ya te presentas como escritora? Porque el nombre tiene un peso, el nombrarte una cosa pesa. ¿Cuándo y cómo lo aceptas?
AD: Sí, está buenísimo que me preguntes eso porque me ha costado mucho esta vaina del síndrome de la impostora y del impostor, y que yo sé que mucha gente tenemos y ya con libros publicados, yo creo que mis primeros tres, posiblemente hasta el cuarto. La gente me preguntaba “¿y tú qué haces y a qué te dedicas?” Y yo, en lugar de decir “soy escritora”, decía “escribo”. Y un día que el director de la RAE, de la Real Academia Española, esta H. Institución formada desde 1713, se estaba quejando de que por qué arruinábamos el bellísimo lenguaje queriendo decir el femenino de todas las cosas y usar el todes, y entonces yo, que soy peleonera, tengo alma peleonera, sentí eso como un dardo directo a mi corazón y dije “pues vamos a ver”. Y entonces busqué en la RAE, les invito a que lo hagan, la palabra escritora. Y me di cuenta que no existe, así, de primera entrada. Existe escritor. “Persona...” Y entre paréntesis (a). Y así sucede con muchos. Arquitecta, no existe. Existe arquitecto, ya le buscas, y sale la (a) y tal. Y entonces pensé pues en todas estas mujeres escritoras que tuvieron que usar un pseudónimo masculino, que son un chinguísimo.
DB: Sí, para que les dieran oportunidades. Justo hace rato hablé con una artista gráfica y ella se llama Luisa Salas, pero su nombre en redes era Hola Lou, L-O-U, como en inglés y como que no wqb3n onda, y no da la cara al principio para que le dieran esas oportunidades porque nomás buscan a los hombres.
AD: J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, la J y la K era una especie de despiste para que entrara mejor entre los lectores si no se sabía si era hombre o mujer. Virginia Woolf dice “es posible que la mayoría de los anónimos escritores de la historia hayan sido una mujer”. En fin, George Eliot, George Sand, las hermanas Brontë. Entonces ya me entró la furia y pensé, “soy escritora soy escritora por mí y por todas las que vienen”, y por todas las que hoy les dé pudor decir “soy escritora”. Digan “soy escritora”. Entonces fue así como llegué.
DB: Pero entonces viene más, como dices, eres medio guerrillera en el buen sentido, viene más de esta onda de defender una causa, una posición que de tú decir “soy escritora”, no como de la profesión tal cual. Al decirlo y empezar a presentarte como soy escritora, ¿cambió algo dentro de ti? O sea, ¿cambió una forma de percibirte o no?
AD: Sí, sí. Sí, me acuerdo que el día, a la par de esto, que es muy importante y no es menor lo que acabo de decir, el día que me habló quién fue mi editor de El niño que fuimos, la novela anterior a Los cuentos de maldad, Ramón Córdoba, me dijo “se va a reimprimir, se agotó el primer tiro y se va a reimprimir”. Y yo iba cruzando Juan Escutia y no sé, era un cruce re feo, y entonces, me acuerdo que volteé así y vi los camiones. Él me dijo eso, ya colgamos la llamada, y yo pensé una cosa muy tonta, pero acéptenme como soy así. Mis razonamientos son como de Bob Esponja, siempre lo digo. Me acuerdo que vi el camión pasar, en la esquina hay una panadería, y pensé “bueno, no soy panadera, no soy chofer, ya no soy empleada de oficina, soy escritora”. Pero me lo dije en voz bajita. A esto me dedico. Y la verdad, todavía hoy, en estos días, a veces que estoy contra la entrega de un guión o de una columna, o tomando notas para el nuevo libro que medio me empiezan a llegar flashazos, pienso que todos los días de mi vida escribo. Todos los días de mi vida escribo porque ya tengo suficiente chamba y entregas, y entonces digo “ah, sí, soy escritora”. Me acuerdo cuando empecé, cambié mi régimen fiscal, a meter mis facturas pues de cobrar de escritora, que eran por ahí una cada dos meses mientras seguía haciendo otras chambas de consultoría de Godínez, y un día también me di cuenta que todas mis facturas ya eran de oficio de escribir. Y pues sí se siente bien.
DB: Pero es reciente. Para la cantidad de tiempo que llevas escribiendo, “llegó tarde”, entre comillas, esa...
AD: 2019. 18, 19.
DB: Durante ese tiempo previo, ¿cómo te presentabas? Además de “escribo”, ¿soy periodista o soy nada?
AD: No, pues es que yo no soy periodista, y eso también está bueno aclararlo, porque es un oficio que para ponérselo hay que, en este país, arriesgar la vida. No, pues “soy Alma, escribo”.
DB: ¿Así?
AD: Así
DB: A ver, entonces quiero nomás regresarme a la parte esta… ¿Cómo brincas de un trabajo Godínez a escribir? O sea, ¿cómo fue esa transición de un día para otro? ¿Fue poco a poquito? ¿Fue de ya gano algo de acá y luego empiezo a salirme de acá? ¿Cómo lo llevaste?
AD: Bueno, o sea, la parte anecdótica es que yo trabajaba en Polanco, en una empresa que se dedicaba a la industria de la moda, y… Imagínate, mi chamba era todo el tema del e-commerce, que empezaba en México, 2011, 2009, por ahí, y empecé a tomar un taller de escritura con Óscar de la Borbolla, que es un escritor.
DB: Perdón, ¿este trabajo es en el que se ibas a comer chicles abajo o era en el otro?
AD: Este, este.
DB: ¿Este era el que tenías así ese estrés?
AD: Me iba a comer chicles de bola. Bueno, tomé el taller de escritura, empecé a escribir, él nos dejaba cuentos y me dijo muy pronto “este es tu oficio, ojalá lo sepas”.
DB: ¿Se la creíste o sentiste que se lo dijo a todo el mundo?
AD: No, sí, sí sentí que sí. Y entonces empecé a decir “ya no quiero esto, ya no quiero trabajar aquí, ya no quiero trabajar aquí”, una frustración horrible. Empecé a publicar, me abrí un blog que se llamaba Tercas Letras y publicaba ahí cosillas y un día me leyó alguien que llevaba la parte cultural del periódico El Universal, una revistita que insertaban ahí, y me dijo “leí tu blog, me gusta, escríbete algo”. Y yo, “¿qué?”. “Además te vamos a pagar”. “¿Qué?”
DB: Tómala. ¿Te acuerdas cuánto te pagaron esa primera vez?
AD: Como 2, 500 pesos.
DB: Está súper bien, o sea, bueno...
AD: Pero era como wow, o sea “¿qué es esto?” Y luego esa misma persona, que es Alejandro Páez, que quiero mucho, es un periodista mexicano, me invitó a colaborar en Sin Embargo, que era un periódico digital, cuando recién nacía. Ahí yo tenía una columna sabatina, Posmodernos y jodidos, y empezó a ser muy leída, muy leída. Tampoco daba crédito, ¿no? Yo decía, bueno...
DB: ¿A la par de otro trabajo?
AD: A la par del otro trabajo
DB: ¿Sabían en este trabajo que hacías esto?
AD: Sí, pero poco. A mí me daba pena. O sea, sí decía “ojalá que...”
DB: No lo compartías con la gente.
AD: “…en la junta de los lunes nadie venga con cara de ‘leí tu columna’, por favor”, porque, además, por supuesto que eran muchas columnas cagándome en la vida corporativa y en una serie de cosas, ¿no? En el bonito “saludos cordiales” y todo eso.
DB: ¿Te sentías hipócrita? Te pregunto si sentías como “estoy viviendo esto otro, pero tengo esto otro acá”.
AD: Es que no lo escondía. Sólo si alguien me preguntaba, por supuesto, decía “ah, sí, escribo ahí y tal”, pero no... Además, esta sensación que siempre he tenido de ser medio border, estar migrando entre dos mundos todo el tiempo. Ya, total, que un día me escribió un tal Cristóbal Pera, que era el director de Penguin Random House entonces. “Leí tus columnas”. Yo le había escrito unas cartas al fin del mundo. “Amado fin del mundo, ven ya, que esto está de la reata”. Y las leyó y me dijo “me gusta tu tono”. Yo, de verdad, pensaba “me están chamaqueando otra vez”. Y ahí voy a una entrevista.
DB: ¿Ya te ha pasado esta primera ocasión de que te vieron la cara?
AD: Sí, y que no prosperó nada de mi cosa de escribir. Y no me estaban chamaqueando. Y al poco rato me buscó Planeta, que son las dos grandes editoriales. Y platiqué en ambos lados y en Planeta al otro día me mandaron un contrato.
DB: ¿Qué sentiste del simple hecho que te estuvieran buscando estas dos empresas? ¿Qué sientes cuando pasa eso?
AD: Pues... Cuesta muchísimo asimilarlo. Sobre todo alguien que tenía tantas ganas de eso como yo. Yo quería escribir. No entendía muy bien por qué. Luego empecé a pensar “bueno, pues es porque soy mujer y como que buscan mujeres, voces más jóvenes”. Qué fuerte. Porque era un poco…
DB: demeritar lo que estabas haciendo.
AD: Sí, en lugar de decir, bueno, “a lo mejor sí tengo algo que contar, a lo mejor sí tengo una manera de contar que le interesa a la gente, ¿no?” Pues ya, firmé mi contrato con Planeta para Las noches habitadas. Y así empezó. Entonces, cuando ya tenía el contrato y no había escrito nada y ya me moría, me comía los chicles, había dejado de ovular de puro estrés, me estaba muriendo. En las noches me dolía el pecho, llegaba cada vez más tarde a la oficina, tenía esta sensación de “¿por qué estoy en el coche? ¿Por qué llego a este lugar?”
DB: Sí, que no te quieres ni siquiera levantar.
AD: Que empiezas a odiar el lugar en el que estás. Un día dije “renuncia”.
DB: Pero para ti iba muy bien.
AD: Pues me iba bien.
DB: O sea, eras buena.
AD: Como empleada corporativa, me iba bien y tenía como un futuro prometedor ahí, pero pues yo no quería eso. Y así salté. Solo hice una cosa, que fue liquidar la hipoteca. Estaba comprando un departamento y entonces ya me quedé sin dinero, pero sin deudas.
DB: ¿Pero le dijiste a la gente de la empresa “¿saben qué? Ya me voy porque voy a escribir” y te dijeron “dale”? Te dijeron “¿espérate?”
AD: La verdad es que eran... Son unos tipazos. Esta es una empresa familiar y los dos hermanos principales con los que yo trataba, los dueños, me dijeron “entiendo perfecto”. Primero me dijeron “no te vayas. ¿Qué hacemos? Ven medio día, ven dos días a la semana”. Uno me dijo “¿cuánto se necesita para publicar un libro?” Y yo “no, pero no es así”. Hasta que me dijeron “entiendo perfecto, ya sabía que eras de esas personas que pasan y se te nota que no te hallas”. Y fue muy lindo. La verdad fue un cierre muy cariñoso. Y luego yo me fui a mi casa a llorar del susto de “¿qué hice?”
DB: ¿No tenías nada?
AD: Nada.
DB: ¿Ya te habían dado un adelanto?
AD: Nada. No, no tenía. Nunca me dieron un adelanto por esa novela.
DB: ¿Y entonces?
AD: Entonces tenía que no tenía deuda, tenía lo poquito de mi liquidación. No tenía deudas. Ya empezaba a cobrar un poquito por mis columnas. Y así.
DB: ¿Cómo te concentras para escribir pensando en todo lo que tienes que hacer para poder ganar dinero y poder sobrevivir?
AD: Con mucha pinche terquedad. Dostoievsky, no me estoy comparando con Dostoievski, pero ese don escribió, mientras entregaba Crimen y castigo, en las tardes escribía , que es una novelita corta sobre un ludópata, él mismo era ludópata. Todo lo tenía que entregar en 21 días, porque si no por el contrato que tenía, perdía todos los derechos de toda su obra. Su cabrón editor le dijo “va, pero si en 21 días no me entregas, me quedo todo”. Y ya estaba Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo, entonces, pienso que...
DB: ¿Sabías esa historia antes de empezar a...?
AD: No, no, lo supe después.
DB: No lo tenías como inspiración.
AD: Pero pienso que hay una especie de... O sea, se llama hambre. Tienes hambre. No me refiero al hambre fisiológica, sino al “yo quiero eso, yo quiero eso”. Y soy muy pinche testaruda. Este es un oficio de mucha terquedad.
DB: ¿En cuánto tiempo escribiste esta primera novela? Bueno, esta segunda novela.
AD: Como nueve meses.
DB: La terminas y aún así pues todavía no hay dinero de eso.
AD: No.
DB: Y entonces, ¿tienes que escribir más artículos, guiones que hiciste? O sea, ¿cómo...? A ver, te lo pregunto porque sé que hay mucha gente escuchando que está en el mismo canal, que dice “yo quiero intentarlo, quiero estar en ese camino”, pero también quiero que sepa la realidad de cómo son las cosas, y si tú nada más me platicas la parte bonita, pues también nos quedamos con esa idea. Quiero saber, ¿qué tenías que hacer para poder sobrevivir escribiendo? Como dices, no hay un adelanto y aún así, aunque hay un adelanto, muchas veces es un adelanto que no te alcanza para mucho tiempo, más lo que te dan de regalías, primero hay que cubrir el adelanto y luego ahí se va. Entonces, ¿cómo se le hace?
AD: Mira, se le hace de varias maneras. Primero, pues como ya creciste en Ecatepec, entonces no te importa comer del carajo. Amigas, guarden sus muestras de shampoo, de crema, todas las muestras sirven. Y luego escribía para Sin Embargo, que ya me pagaba. Un día me invitaron a escribir para la revista Zoho, que era una revista erótico-literaria, entonces también me pagaban. Y luego una ex amiga de mi vida de Godínez me invitó a dar una consultoría para otra de las marcas de moda, entonces por eso mis recibos, mis facturas, muchos seguían siendo consultora de e-marketing y cosas del tipo.
DB: Entras a Shark Tank.
AD: También.
DB: ¿Eso fue en el proceso de esta novela?
AD: Ajá, de Las noches habitadas. Estoy hablando de 2014, 2015. Sí, fue la primera y segunda temporada, yo creo.
DB: ¿Primera temporada te aventaste?
AD: La una y la dos.
DB: Pero entonces, si tienes que escribir tantas cosas, ¿justo a qué hora haces lo que tienes que hacer para hacer tu novela?
AD: Pues en las noches.
DB: ¿Tu rutina cuál era? Una rutina normal. En una semana normal, ¿cómo vivías el trabajo?
AD: Pues te levantas a las siete de la mañana, te vas a correr para que salga el demonio, si no se pone cabrón. Regresas, te bañas y desde que te sientas a desayunar ya empezaste. Ahora, cuando, por ejemplo, Shark Tank que había llamados, pues te levantas a las seis porque el llamado es a las siete. Sales a las siete y cuando llegas a tu casa a las ocho y media de la noche, te pones a escribir hasta las una o dos de la mañana. Así. En los trayectos, en las salas de espera. Así. Insisto, el factor no tener hijos... Y lo quiero decir también para reconocer a las que hacen esto y además están maternando a sus crías. O sea, lo acabo de leer en el libro de mi amiga Daniela Rea, Fruto, las historias de las mamás que tienen que hacer todo esto además de la crianza. O sea, me parece un superpoder, y a la vez no, y a la vez que cabrón, que tengan solas que hacerse cargo. Yo no. Y creo que eso también me fue volviendo muy neurótica, muy neurótica y liberando mi tiempo para esto.
DB: Mientras escribiste esta novela, pensabas en...
AD: Y nunca adquirí deudas. O sea, no saquen tarjetas de crédito. Perdón, perdón a los patrocinadores, pero esa es otra cosa, ¿no? No tengas crédito, o sea, no pagues un estilo de vida que no te alcanza, sobre todo si quieres dedicarte a escribir. O sea, no.
DB: Oye, pero a ver, entonces, una vez que empiezas a escribir pues quieres que te sigan invitando a escribir, ¿no? O sea, quieres publicar más de una cosa. Esas ganas de querer publicar más de una cosa, después de que estuviste tanto tiempo queriendo hacerlo, ¿cómo haces para que no se te vaya la cabeza y te bloquee o evite que hagas la chamba bien? O sea “pues voy a escribir y tiene que irle bien” y entonces, en ese tiene que irle bien, ¿cómo evitas perder tu voz? ¿Cómo evitas perder lo que realmente quieres contar para que haya una segunda y tercera oportunidad?
AD: Claro, hay una negociación todo el tiempo, por eso en otros espacios he dicho, entre broma y no, que escribir es un atentado contra tu autoestima. O sea, en realidad lo que tienes que hacer es tirar la idea de que esto funcione o no funcione, sea perfecto o no sea perfecto y concentrarte en la historia, en el personaje, en la columna. Es una... Además, a mí, con mis ataques de ansiedad, escribir me hace mucho bien, porque es como si de pronto te metieras a un lugar ordenado, que empieza, termina, que tiene cierto número de caracteres.
DB: Una estructura.
AD: Claro, claro. Y entonces, pues mientras estés ahí, estás a salvo. Estás a salvo. Estás poniendo una palabra detrás de la otra, haciendo avanzar una historia. Yo casi nunca pienso en qué van a opinar.
DB: Bueno, pero ahorita, no quiero decirlo así, pero lo voy a decir, es fácil para ti decirlo porque ya has publicado varias cosas y ya te invitan a publicar más. ¿En la primera ocasión, lo veías así de claro? O sea, la primera vez que tuviste que escribir una novela, ¿lo tenías tan así de “yo me estructuro y no importa, no pienso en los demás, pienso en la historia”? ¿O si tienes estos pensamientos medio boicoteadores o saboteadores de…?
AD: Sí, todo el tiempo los tenía, por supuesto. “¿Y si no soy buena? ¿Y si nadie lo lee? ¿Si me regreso mejor a...? Durante mucho tiempo estaba todavía mi perfil en... ¿Cómo se llama esa página del perfil de trabajo?
DB: LinkedIn.
AD: Exacto, estuve en LinkedIn mucho tiempo y todavía mi currículum era de lo otro y me seguían llegando ofertas. Por supuesto que más de una vez dije “¿ay, iré a la entrevista en Santa Fe?” Pero es esto. Yo creo que hay una cosa que el oficio de escribir te pide, que es una gran capacidad de concentración, no solo a la hora de escribir, sino en general. Y si tienes eso, tienes la resistencia, el estar concentrado, concentrada, sí llegas a un lugar. O sea, pienso eso.
DB: Cambio de tema. Quiero saber por qué eras tan buena en ese trabajo de marketing y de venta, o sea, de e-commerce. ¿Qué crees que te hacía ser tan buena para esas cosas, para el mundo corporativo?
AD: Pues primero porque era la chamba más difícil. Cuando llegué recién había que echar a andar de cero una base de datos gigante, contratar a un desarrollador de todas estas operaciones de e-commerce y el CRM y esas cosas. Y a mí en general, pues me gusta el camino difícil, entonces, como que yo le quise entrar ahí. Y también creo que está otra vez, este perfil... A ver, yo no terminé ninguna carrera, no me titulé de ninguna cosa, y entonces eso me ha dado, por un lado, yo creo que un poco de cinismo y por otro, mucha libertad de decir “bueno, pero mi perfil está hecho de experiencia”, entonces, eso también a veces está bueno no tenerle miedo a romper estas estructuras superverticales de si no tienes... Que no tengo nada contra la academia, la respeto muchísimo, pero si no tienes el doctorado, la maestría, la licenciatura no significa que no hay mundo profesional para ti ni mundo creativo para ti. En mi caso, yo creo que la verdad a mí me ayudaba eso.
DB: ¿Pero cómo lograste que confiaran en ti? Viniendo así... A ver, no tienes un background de “ah, es que tengo esto de marketing y tal en negocios, entonces, mi idea escúchenla, porque…” ¿Cómo estás ganando un lugar en una empresa? Además, una en la que a quien reportas son parte de los dueños. No es lo mismo todavía “pues es que es el jefe del jefe del jefe” y entonces el dueño ni está enterado y tú le reportas a alguien. No es lo mismo ahí personalmente trabajar con gente que es su vida, ¿no? Si alguien la riega, se va su patrimonio también, entonces, ¿cómo vas haciéndolo?
AD: Mira, primero, porque también a veces la vida es buena y te pone en lugares. Y esos jefes míos eran más o menos como yo. O sea, ellos también venían de haberse hecho una familia numerosa, muchos hermanos, la mamá se quedó viuda, la señora Mari, y ella se arriesgó a decir “vamos a entrar en la industria de la moda”. O sea, como que algo ahí... Y la otra es que ok, yo no tenía esos títulos académicos y tal, pero sí tenía experiencia. Me fui a vivir sola a los 19 años, supermorra empecé a trabajar. Para cuando llegué a esto, pues ya había pasado por muchos centros telefónicos de operadora de call center, a supervisora del call center, a gerente del call center de servicio a clientes, entonces, con 26 años ya había hecho pues mis muchos años de experiencia profesional. Yo creo que era eso.
DB: ¿Y de dónde sientes que aprendiste a leer a la gente? O sea, ¿dónde aprendiste el tacto? Que esto obviamente no se enseña en una escuela, pero en tu caso, donde tanto el tacto con los clientes como el tacto como gerente y tal de un equipo se requiere mucho. Y además, porque te tocó estar del otro lado donde tú tenías jefes que eran unos ojetes. ¿Cómo lo fuiste aprendiendo o entendiendo o aplicando?
AD: Pues de observar. Yo creo que esto de escribir, siempre lo digo, es ser alguien que observa muchísimo. Y siempre he sido así. Pongo atención en cosas, en muchos detalles. Es lo del ave de carroña. De un poco traer de las experiencias de los demás hacia ti. Eso y otro, pues esta respuesta puede ser muy banal, pero pues ahí están las mujeres de mi familia, ¿no? Aprendí de ellas. O sea, mi abuela, mi madre, mis hermanas mayores. Es esta cierta forma de comunicar que nos enseñamos entre nosotras que es un poco menos medible, menos dura, pero que te enseña que la intuición no se equivoca, nunca.
DB: Que es algo que escuchas mucho, la intuición. Lo tienes siempre. Desde siempre lo escuchabas. Nunca te has equivocado.
AD: Yo me equivoco un chingo, pero la intuición no. O sea, siempre que la intuición me ha dicho, “eso no…”
DB: Ah, o sea, que lo hacías y no lo hubieras hecho.
AD: O la intuición te dice “ah, a mí se me hace que este par”, pues ese par, ¿no? O sea, sí, no se ha equivocado, nunca. Nunca.
DB: ¿No te da miedo perder eso? O sea, no piensas de pronto en “si el día de mañana ya no tengo ese...”
AD: Es que yo creo que todos lo tenemos. O sea, esa otra forma... Es que todos sentimos. Y eso nos permite intuir, conocer, saber. O sea, la panza no se equivoca. No creo que se pierda en nadie, solo que a veces no lo oímos.
DB: No lo pelamos. ¿En qué crees tú? Si no crees en los cristianos tropicales… Pero hablando ya de ese tipo de temas, ¿en qué crees? ¿En qué te recargas tú? ¿Qué te hace sobrepasar? Porque además has tenido una vida con muchos altibajos y retos y los tienes constantemente, lo que acabas de contar ahorita de la demanda y demás, ¿qué hace que te mantengas sobre el camino?
AD: Pues creo en la... No sé cómo explicar esto. Pero creo en esa parte que todos tenemos que no se ve, nuestro lado B. Creo que existe. Y que poder intuirlo, comunicarse con él, relacionarse con él.
DB: A ver, trata de ponerlo un poquito más en palabras. ¿A qué te refieres con ese lado B?
AD: O sea, a lo que está en los abajos de los seres humanos. Nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras intuiciones, nuestro origen. Yo te veo a ti, tú me ves a mí y no sabemos de dónde venimos. O sea, lo que no es visible, creo que existe con muchísima fuerza. Y creo que al mundo lo gobierna eso más que lo otro. Entonces, como que a mí me da... O sea, siempre trato de mirar desde ahí, más que desde la razón. Creo en eso. Y luego creo en la... No sé qué será. Supongo que es una mirada. Una primera mirada que todos recibimos alguna vez. Yo creo que yo recibí una mirada tan profundamente amorosa y validadora de mi madre, como que se te queda ahí adentro la flamita encendida. O sea, siento que tengo eso. Qué cursi, ¿verdad?
DB: No. No sé si a alguien de aquí le parezca cursi, pero a mí no. Pero esta parte que hablas, este lado ve, por ejemplo, el tema de las coincidencias, y lo mencionas en tu libro…
AD: Exacto. Eso está ahí. Las sincronicidades están en el lado B.
DB: OK. Pero ¿crees que existen casualidades? ¿O crees que es más bien como el destino? ¿Qué piensas tú de eso? ¿Qué crees de esta cosa? ¿Son coincidencias? ¿Son casualidades? ¿El destino tienes ya algo decretado? ¿Puedes manifestar cosas dentro de todo este universo de cuestiones del lado B? ¿En qué es lo que más te recargas?
AD: Mira, yo creo que las personas, en el fondo de nuestros corazones, muy en el fondo, lo único que queremos es pertenecer y que nos quieran. Y aunque no lo verbalicemos o no lo traigamos mucho a la conciencia, eso nos mueve. Y por lo tanto, yo creo que hay que tener en cuenta que no hay nada que no sea lo mismo. Y por lo tanto, hay una constante búsqueda en ese sentido y creo que eso hace que se atraiga, se acerque, eso que necesitas de alguna manera. Y también creo que las palabras tienen un poder más allá de lo que racionalmente alcanzamos a comprender, ¿sabes? Que tengamos el nombre que tenemos, que las familias necesiten heredar el nombre a sus hijos, significa cosas. Que cantemos himnos nacionales, creo que las palabras… La palabra texto viene de textere, que significa tejer. Al final, creo que las palabras sí tejen y que van haciendo una especie de llamado, de relato o de acercamiento, y que por eso, cuando empezamos a contarnos… Por eso creo profundamente en el poder de la narración. Hasta existe esta cosa de la Logoterapia, de Viktor Frankl .
DB: ¿Logoterapia?
AD: Logoterapia, que es esta posibilidad de verbalizar, y a partir de la verbalización de las emociones y de las experiencias ir de a poco transformándote.
DB: ¿Tú crees que somos las historias que nos contamos de nosotros mismos?
AD: Creo que las podemos…
DB: Si me cuento otra historia de mí, ¿puedo cambiar?
AD: No lo diría tan simple. Para empezar, no creo que haya fórmulas. Nunca, nunca. Cada ser humano es tan complejo, tan distinto. Pero yo, si en algo creo, por eso tengo este oficio, es que la manera en la que nos narramos la vida, nos contamos a nosotros mismos, nos contamos nuestra historia, sí nos puede ir transformando. En la novela digo “el verdadero milagro es cambiar el punto de vista”, y un punto de vista es el punto de vista desde el que narras. En cine, hay un punto de vista del narrador. En la literatura, hay un punto de vista. Creo que narrar cambia. Sí lo creo.
DB: ¿Y crees que eso tenga que ver con que hoy existe una...? No sé si es tendencia o si estamos en una etapa en la que muchas de las historias que se cuentan de las escritoras contemporáneas tocan temas de diferentes ángulos, diferentes formas, pero temas relacionados sobre tema de violencia, tema de género y demás. ¿Es una etapa en la que estamos viviendo? ¿Crees que sea consciente de la gente de “quiero cambiar lo que está pasando”? ¿O crees que es una casualidad?
AD: No, no, no. Tiene todo el sentido, porque... Durante milenios, iba a decir siglos, pero no. Y no estoy exagerando. Durante milenios, la literatura fue tomada por los hombres. ¿Qué iban a hacer si no contar su punto de vista de las cosas y sus experiencias? Muy tarde, las mujeres nos hemos podido sentar a la mesa de la literatura. Siempre lo digo, porque no me deja de dar algo, pensar que Sor Juana, ese prodigio, esa maravillosa cabeza, no pudo ir a la universidad porque era mujer, porque la ley no se lo permitía, y tantas otras. Entonces, no es una apreciación mía, eso es así. Las mujeres, muy tarde, pudimos alfabetizarnos, uno, para empezar, imagínate, y luego, dos, decir “quiero escribir”, y luego, tres, que nos publicaran, y luego, tan tarde, que es como el efecto búmeran, tanto se tensó la liga de “ustedes no, ustedes no”, que cuando por fin la sueltan, por supuesto que muchas, la historia que tenemos, así como los hombres cuentan su punto de vista y sus experiencias, nosotras contamos nuestro punto de vista para empezar de nosotras mismas, porque la mujer siempre fue narrada desde el punto de vista del hombre, como en Ana Karenina, Madame Bovary, ahora nosotras nos podemos contar, y además les tenemos que contar que nuestras experiencias son distintas a las de ustedes.
DB: La interpretación, incluso de hechos similares, pueden ser completamente distintos desde donde se abordan, desde esto que dices de uno como hombre puede escribir sobre la vez que acosaron a una mujer con nuestros sesgos o juicios, y nunca va a ser igual que una mujer hablando de eso.
AD: Claro. Ahora, y diciendo esto, dejo de lado la calidad narrativa y literaria, que por supuesto hay extraordinarios escritores maravillosos que son casi un prodigio, ¿no? Recién estoy terminando de releer Los miserables de Victor Hugo y digo “no puede ser este cabrón”, o sea ¿sí lo habrá hecho él solo? Absolutamente, ahí están esos prodigios Shakespeare, Cervantes. Pero seguramente habría una larga lista de mujeres prodigios si las hubieran dejado escribir. Por eso pienso que se está llenando la mesa de lo primero que queremos sacar, que es lo que duele, entonces, lo que nos ha dolido es el abuso, lo que nos ha dolido es la violencia y tenemos que contarlo.
DB: Es un poco como cuando... No sé, una estupidez, pero una Shakira, ¿no? Que empieza hablando de desamor, que empieza hablando de sus cosas, y de pronto ya llega un punto en el que ya esté en otra posición y puede hablar de otras cosas, “bueno, ahorita vamos a hablar de ese amor, pero…” O este trovador dolido viviendo en la calle y expresa esas cosas hasta que llega un punto en el que ya la situación es otra y puede hablar de otros temas también.
DB: Exacto, sí, sí. O sea, lo dices muy bien, ¿no? Los rapsodas que contaban las historias del mundo antiguo pues hablaban de las guerras y por eso La Ilíada y La odisea son nuestro punto de partida. Ahora nosotras, como rapsodas de nosotras mismas, podemos contar estas cosas, ¿no? Ser mamá no es lo que ustedes se imaginaban, les voy a decir yo, por ejemplo, Rosa Beltrán en Radicales libres, que ser mamá también puede significa ser una señora que se trepa a una moto Harley Davidson con su amante y les dice adiós a sus hijos porque ya se va, ¿no? O sea, eso. O las Shakiras diciendo, bueno, desde este lugar tengo este arco recorrido y ahora quiero contar del desamor, pero desde otro lado diciendo “sí, me duele, pero soy poderosa, pero facturo”. Yo también quiero facturar, la verdad.
AD: Oye, una duda, no sé si es una duda polémica o no, pero es un tema que se habla recientemente, el tema de cambiar... O sea, agarrar textos pasados de autores famosos, desde cuentos para niños a historias, y cambiar palabras o cambiar pedazos completos por los temas que tocan, ¿no? ¿Qué postura tienes ante esto? ¿Es correcto? ¿Conviene o no conviene? ¿Es válido? ¿Tienes una postura?
DB: Sí, a mí me parece un gran error. Es decir, ¿cuándo en la pinche historia de la humanidad funcionó ocultar, recortar, cambiar, quemar lo que se supone que no nos gusta o que no debemos de saber? Aunque las intenciones sean buenas, el efecto, sin duda, es profundamente negativo. Si nos pretendemos guardianes de la civilización, lo que tenemos que hacer es decir “esta chingadera que llamamos civilización fue capaz de hacer todo esto”. Primo Levi, el sobreviviente de Auschwitz, cuando deja sus textos, dice “no se olviden, no dejen de leerlo, no crean que porque ya pasó, no va a volver a pasar, al contrario, si pasó, es que puede volver a pasar”. Entonces, si le quitamos a las novelas y a los cuentos lo que nos parece racista, violento para deslactosar, hacer el mundo romo, sin orillas, lo único que vamos a hacer es deformar y negar una parte del conocimiento de nuestro lado B, el lado oscuro, el que nadie quiere traer a la mesa. Hay que decirlo, también somos eso. Yo estoy muy en contra de la cultura de la cancelación, creo que no sirve.
DB: Sí, la intención es buena…
AD: Pero el resultado no.
DB: Hoy que ya eres escritora y que ya te consideras como tal, ¿qué sientes? O sea, ¿cómo te percibes a ti? ¿Te sientes realizada? ¿Sientes que te falta algo? ¿Sientes presión por mantener ese estatus que has alcanzado y decir “bueno, tengo que escribir, porque si ya no escribo mi siguiente libro me voy a quedar atrás”? ¿Cómo te percibes a ti en este rubro?
AD: Cansada, puedo decir, molida. Sí, es un oficio agotador. Es un oficio agotador. No solo por esta parte de creación, de escritura. Se necesita muchísima autodisciplina. Nadie está detrás de ti. Tú te persigues con tus horarios, tus entregas. Pero luego también, por los temas en los que yo me meto, creo que genero esta comunicación muy emocional. Por un lado, cada día me siento infinitamente agradecida y sorprendida, y por otro, es muy cansado. Todas las presentaciones de La cabeza de mi padre, de verdad, todas, todas, y llevo varias, y todos los clubes de lectura, llevo varios, posiblemente cientos, terminan con las personas llorando, contándome sus propias historias, porque todos estamos bien lastimados del origen, en menor, mayor grado, y nos lo hemos callado, porque da mucha vergüenza decir “a mí me pasa esto” o “tengo esta carencia”. Entonces, por un lado, es hermoso y me conmueve, y por otro, digo “¿y yo qué hago con esto?”. Me acuerdo de una presentación en particular que duró horas la firma de libros, y la gente lloró y lloró y lloró, llegué hecha una sopa diciendo “me quiero bañar y un plato de Zucaritas”. Eso, escribir sobre los feminicidios también ha sido emocionalmente muy demandante, y está bien, o sea, es algo que se puede manejar, no quiero para nada exagerarlo, pero agota. Estoy muy agradecida, muy, muy, cada día digo “no lo puedo creer”. O sea, sí, soy escritora. Sí me dedico a esto, ¿no? No siento presión. Me caga escribir con prisa, con déficit, con deadlines así, y entonces en este momento, por ejemplo, estoy pensando, voy a tener que tomar decisiones y organizarme para liberarme en adelante varios meses por si empieza a llegar la otra novela, ¿no? Pero ya también aprendí que una escritora o un escritor con prisa no sirve. O sea, lo que hay que hacer es dejar que suceda. Es una experiencia que se va gestando.
DB: Tengo dos preguntas más sobre este tema antes de pasar a lo último. Uno, esto que hablabas de llegar, que llegue la novela. Háblame de eso. ¿Te tiene que dar la inspiración pasar la novela? ¿Tú ya tienes pre trabajadas cosas y dices “quiero abordarlo así”? ¿Cómo es el proceso normal para ti de escribir algo?
AD: Lo más chingón que hay de esto es no saber, aunque tú creas que ya sabías y hay que dejarse estar ahí. Yo tenía mis notas. De hecho, las tengo y posiblemente algún día lo escriba, de una novela que su título era Usted no existe, como de un vengador social en un tono tal y otras cosillas. Pero me acabo de mudar... Bueno, no, no me acabo. Me mudé de casa en noviembre del año pasado y donde vivo ahora, arriba, en la azotea, que podemos elegantemente llamarte terraza, pero la pinche azotea, creció una jacaranda tan grande que la copa está hacia adentro del edificio. Y pues yo empecé a subir, eso lo heredé de mi abuela, le hablo a las plantas. Un día ya la llamé. Se llama Giganta. Y estando ahí, dije “esta es mi nueva novela”. Bajé corriendo, me agarré el calendario, que era lo que había la mano en la mesa, porque no solo es Giganta, sino las cosas que ella va a contar. Esta vez me pasó así. Otras lo tienes clarísimo: quiero escribir El niño que fuimos , hablar del internado, los niños. Con la cabeza de mi padre fue... Yo había vivido esta experiencia de irlo a buscar en la camioneta, preguntar por él, hacerme el tatuaje del paliacate de 2016 a 2017 y pensé que me iba a tomar mucho más tiempo escribirlo, pero en 2020, entre que la pandemia y esta reverberancia de la generación de padres y abuelos que se murieron, que fueron muchos, un día dije “ya”. Y empecé y no paré y no planeé, y tal cual lo confieso, así sucedió. Entonces, por eso mi respuesta era creer que sabes y no saber, porque cada vez es distinto.
DB: Mi otra pregunta me la acabas de casi contestar por completo, pero era esto de... Yo empecé La cabeza de Mi padre, pero luego vi el año y dije “bueno, pues esto fue reciente”, pero ya vi el año en el que dices “yo en 2016 hice este viaje en la camioneta”, y escribiste varias novelas o libros después de esa experiencia y hasta después abordaste este tema, entonces, ¿qué pasa con toda esa información que obtuviste o estas experiencias que tuviste en ese viaje? ¿Qué hiciste con eso todo el tiempo previo a ya plasmarlo un libro? ¿Se quedan encapsuladas? ¿Las tienes presentes? ¿Tomaste notas sabiendo que un día ibas a hacer algo con eso? Yo veo cosas de ese libro en cuentos, en las cosas, entonces, quiero que me cuentes de tu punto. ¿Qué pasa ahí cuando se queda todo ese tiempo ahí como en el librero, en la historia?
AD: Sí, sí. Sí pasó esto del viaje en 2016 y de mi padre en marzo de 2017. Y yo publiqué los Cuentos de maldad y uno que otro maldito y escribí un cuento muy largo, un cuento antinavideño, que se hizo audio libro y dos audios series de 500 páginas. O sea, por supuesto, escribí muchas cosas en ese inter de La cabeza de mi padre, y eso se queda en el lado B. O sea, hay algo ahí que está echando un rumor bajito en los sueños, en imágenes, en cosas, se va gestando. Y sabes que un día te vas a sentar a escribirlo. Y tenía las notas que, como cuento en la novela, en este road trip fui anotando en el margen de la novela en ese otro que llevaba, que qué bueno que lo hice, porque cuando ya me senté a escribir y empecé a dudar, dije “no”. Fui por mi librito y ahí ya tal cual, “a tal hora fuimos a la frutería, nos dijeron que no había ido a trabajar, las mariposas blancas”. Así.
DB: Ahora sí, ¿cuál ha sido uno de los peores consejos que te han dado?
AD: ¿Peores consejos?
DB: ¿Cuál ha sido uno de los peores consejos que te han dado en tu vida o carrera, lo hayas seguido o no?
AD: Dijo, es que me han dado muchos. Así que déjame escoger uno bueno. Uno que tan malo sea bueno para que no lo hagan. Pobre Óscar de la Borbolla, pero él sabe que yo lo quiero. O sea, él primero me dijo “tú tienes talento, no sé qué”, y luego ya, muy en serio, varias veces, me dijo “pero no te metas a este oficio”: Y me lo decía desde el mejor de los lugares. “Pues este oficio... O sea, te vas a enfrentar con las huestes de la burocracia, por ejemplo, el FONCA…” esas becas que, en efecto, nunca, una vez lo intenté, “nunca te lo vas a ganar, luego tener lectores, luego que… O sea, no te metas a esto. Puedes escribir por placer, porque tú quieres”. Ese fue uno. Y otro fue un cabrón en un taller, lo malo es que no me acuerdo cómo se llamaba, porque era un compañero de taller que fue dos sesiones y luego ya no fue, y me dijo esto después de leer un cuento mío: “tu problema es que no escribes como hombre”.
DB: ¿Alguna vez entendiste qué quería decir con eso?
AD: Sí, sí. Nos habían dejado de ejercicio un cuento erótico, dijo como que cruzáramos los límites y tal. Pues yo escribí el mío y me dijo “tu problema es que no escribes como hombre”.
DB: Muy bien. A ver, ¿cuál ha sido uno de los mejores consejos que te han dado?
AD: Ese me lo dio mi madre, justo en esta disyuntiva de “¿salto? ¿Dejo el godinismo? No tengo nada, ya no hay deuda, ¿qué voy a hacer?”, muchas de mis amigas me decían “pero vas a dejar el trabajo de tus sueños”, me daban descuento en los pares de zapatos, porque era la industria de la moda donde yo trabajaba, y así todo el mundo, con mucha precaución. Y mi madre, por eso la respeto tanto, viniendo de criar sola a ocho hijos en contextos de muchísima pobreza, no me dijo nada que tuviera que ver con el miedo, ni con la precaución “¿pero de qué vas a vivir”? Me dijo, “¿pero tú estás feliz en este trabajo en el que estás?” “No, mamá”. Me dijo “entonces renuncia ya, porque un día ya no vas a tener fuerza”. Yo tenía 31 años, 32. Chapó a mi madre.
DB: ¿Qué es un consejo que tú antes dabas como un buen consejo? ¿Que considerabas generalmente que eso era un buen consejo, pero que ya no darías con experiencia.
AD: Sí, antes pensaba que no estaba bien escribir textos largos. O sea, como vivimos en el imperio de la brevedad. O sea, cuánto dura un tuit, cuánto una columna, un textito, un tal, y porque yo genuinamente creía que si quieres que te lean y que te dediquen esta guerra, carnicería que tenemos por la atención de los ojos de la gente, pues había que escribir breve. Y con el tiempo entendí que claro que no, que cada historia dura lo que tiene que durar. Y que también mucho le dará a la historia de la narrativa y de la creatividad y de la literatura esos textos largos, desbordados, inconmensurables, porque algo tienen que decir. Así que escriban tan largo como les dé la gana.
DB: ¿Qué opinión tienes que poca gente comparte contigo?
AD: Que Star Wars me caga.
DB: A mí también.
AD: Creo que me acabo de ganar que en este momento… Me aburre profundamente, no le entiendo, perdón.
DB: Me hubiera gustado haberla visto en su momento para poder tener... Porque ahora ya la veo así con los efectos especiales, como todo está muy lento y no la he podido nunca acabar de ver.
AD: La encuentro infantiloide, perdón. Perdón por existir, oigan. Sentí como una especie de energía. Perdón por todo.
DB: ¿Se te hace infantiloide? ¿Por qué? ¿Qué sientes?
AD: Pues, no sé, como... Es tan narrativa, ¿no? De las posturas tan claras, el lado oscuro, los buenos, los malos... El camino del héroe, pero desde ese punto tan limitado. Y bueno, en general me cuesta. O sea, esta es una cosa mía, ¿no? Es una limitación mía, me cuesta ese cine de efectos especiales y como que no me termino de enganchar.
AD: Pero a ver, tú también... Tú tocas muchos matices dentro de las historias que tienes, ¿no? El caso de Román, donde alguien dice “oye, es que ella es feminista” y a ver, no lo hiciste tú, lo hizo Román, pero menciona temas que abordan el otro lado de la moneda, ¿no? Y entonces, ahora que dices que no te gusta esta simpleza de blanco y negro y demás, me hace sentido el dar opiniones que no son 100% blanco y negro. Hoy, en los foros a los que te invitan, ¿te ganas enemigos haciendo cosas que no te gustan? ¿te ganas enemigos haciendo eso? ¿O cómo te mantienes firme estas posturas de decir “raza, no es nada más un lado o el otro, hay muchos en medio”.
AD: Mira, yo veo dos cosas. Por unos senderos caminan los temas de la ideología y de las posturas, pero por otro camina la realidad, que es cambiante. Y las ideologías suelen ser rígidas y la vida no es rígida. Y en ese arco maravilloso que tenemos, parte de nuestra experiencia humana, que es la posibilidad de pensar, de tomar o no una decisión o la otra, entonces, pues más bien como que siempre procuro ir por ahí y a veces me gana la terquedad y me doy cuenta de que no tengo razón tarde, ¿no? Muchas veces también puedo ser muy intransigente y eso no me gusta. No me gusta para empezar lo que me hace a mí y a mi entorno, pero creo que lo que está bien es que nos demos este espacio de reflexionar, equivocarme. La tremenda corte digital que se dedica a perseguir errores y hacerlos públicos, “pero encontré un print de pantalla del 2004 cuando...” Creo que eso es lo que no hay que fomentar, ¿no? Más bien nuestro maravilloso cerebro aprende de los errores cuando siente confianza, no cuando siente castigo. No aprendes y lo repites y te vuelve a salir mal. O sea, el tema es cuánto podemos movernos entre la realidad y no quedarnos en la rígida ideología, ¿no? Por ahí.
DB: Me surge otra pregunta sobre el tema de la forma de usar las palabras. El niñes y tal. ¿Qué postura tienes tú como escritora sobre ese tema?
AD: Mira, por ejemplo, hace algunos años yo decía “no, qué horror, qué feo, ¿qué es eso? Nuestro español tan bonito”. Pero un día una persona no binaria me dijo “cuando lo nombran así, en masculino, femenino, yo me pregunto dónde quedo yo, y es muy jodido estar siempre en este umbral”. Y yo pensé “ninguna E ha matado nunca, a nadie ha quitado ningún derecho, ha vuelto analfabeta a una comunidad”. Y entonces, son los criterios... O sea, sí es la tabla rasa del lenguaje y lo académico, no se puede abrir a la experiencia vital, las emociones, las personas. Y también creo que el lenguaje es cambiante. Y que, aunque no nos guste, un día va a ser, conforme lo transformen sus hablantes, posiblemente el todes, nosotres, se vuelva la regla, ¿no? Por esa razón ya no hablamos como en 1600, como Cervantes, porque el lenguaje cambia.
DB: Pero de estar abierta a la opción de que cambie a que en tu novela escribas de cierta forma, ¿cómo haces ese paso? ¿O cuándo dices lo voy a hacer o no lo voy a hacer? Porque implica también... Es un reto, ¿no? Decir “bueno, ahora lo voy a usar así”. Yo, cuando escribo correos ahora, que mando un correo, un newsletter a la gente que escucha Dementes, pues lo que yo ahorita pongo... Hablo en los y las, pero no sé... O sea, es como esta onda de no sé si... Antes nada más ponía los, todos ustedes, vas cambiando, pero lo mío es, entre comillas, efímero, ¿no? Es un correo que listo y bye. Lo tuyo es un libro que se queda ahí para siempre, de cierta forma, escrito, entonces tú puedes estar muy abierta a esto, ¿pero cuando dices “lo voy a dejar ya para siempre en este siguiente libro, en cinco libros más”? ¿Cómo decides cuándo hay que implementar algunas de estas cosas?
AD: Pues es un poco eso. Por suerte, el lenguaje es una cosa viva y también la forma en la que nos relacionamos con él. Hasta ahora no he escrito, creo, que ningún texto así, pero estoy segura que lo voy a hacer tarde o temprano. No sé si a partir de ese lo escriba siempre de esa manera, porque también, por suerte, me dedico a esto y no soy notaria o actuaria. ¿No? O sea, el lenguaje es flexible y sí creo que yo iré seguramente incorporándolo a algunos textos, a otros no. Me parece que de todas formas, con lo que no comulgo es con la otra postura, que es “vamos a perseguirlo, vamos a cancelarlo, porque hablan así y están arruinándolo”.
DB: Es una pregunta muy estúpida, pero no la quiero dejar pasar, de cuando escuché el audiolibro de la casa de mi padre. Hay tres o cuatro momentos donde se ve que regrabaste algo. ¿Fue porque cambió el texto? ¿Fue nada más porque “cortamos y avanzamos y se quedó así”? ¿Se puede saber o no se puede saber?
AD: Sí, sí se nota, ¿verdad?
DB: Poquito, si pones atención.
AD: Alguno, obviamente, era que fueron varios días, y sobre todo, hacia el final, sí me costaba leer sin llorar. Entonces, hubo por ahí un par pues que yo le hacía señal desde la cabina, ¿no? De llorar, respirar tanto y tomar agua y retomar, ¿no? Sí, qué experiencia leerlo en voz alta.
DB: No es que haya cambiado el texto.
AD: No, o sea, son las ediciones normales de “nos vemos mañana” y pues das otro registro. Y algunas, sobre todo ya al final, sí medio me ganaba la emoción y había que repetir.
DB: ¿Dejaste cosas que no están en el libro?
AD: Sí, sí.
DB: O sea, pero en el audio.
AD: Ah, en el audio no. El audiolibro está tal cual está el libro, sí.
DB: Pero yo escuché por ahí algo del epílogo, ¿o qué pasó ahí? ¿Por qué lo dejaste fuera?
AD: El epílogo lo quitamos pues porque yo pensé que ya era demasiado y que no me iban a creer, esto es muy loco, ¿no? Por todas las coincidencias que tiene la novela, esas sincronías, el sueño, el búho, el paliacate, el pañuelo, las mariposas. El epílogo era una de esas sincronías más. Pensé que ya era demasiado. Y también porque en discusión con Fernanda Álvarez y Mayra González de Alfaguara, dijimos, “no, termina con la fuerza necesaria”, entonces lo quitamos.
DB: ¿Qué es ese epílogo? ¿Se puede saber?
AD: El epílogo se llama La Libreta Roja. Y es que el día que terminé de escribir la novela, el día que la terminé, la guardé en una USB, dije, la voy a ir a imprimir a la papelería, a engargolarla y ya me la traigo de regreso para luego leer y editar ya en papel. Y venía de regreso, la eché en mi bolsa, mi bolsón de mujer, bolsa Tote, y venía caminando, ya a nada de llegar a mi casa, y de pronto, la verdad ni me di cuenta bien en qué momento, estaba frente a mí un señor, como de 70 años, de la edad de mi padre, moreno, con guaraches, pelo blanco, camisa azul claro, vendiendo libretas. Tenía unas libretitas rojas en la mano, de tapa roja. Y me dijo así “niña, vendo libretas para que sigas escribiendo, yo las hago”. Y yo, bueno lo vi con cara de ¿qué es esto? ¿Es una aparición? ¿Qué es este señor? Ya le pagué una, costaban 10 pesos. Me la dio y se fue y me quedé como... Di dos pasos y luego pensé “tonta, alcánzalo, pregúntale algo”, pero me di la vuelta y ya no estaba. Entonces, llegué a la esquina y corrí para el otro lado y ya tampoco lo encontré. Y epílogo remate diciendo “disculpe, ¿ha visto usted a este hombre?” Que es casi la pregunta con la que abre la novela. Y ya me fui a mi casa a llorar.
DB: ¿Qué sentiste?
AD: Pues que era mi papá, que... O sea, sí era muy especial que ese día, regresando, un hombre de esa edad me diera la libreta con la tapa roja, como el pañuelo rojo, como el... Y me dijo así “niña, vendo libretas para que sigas escribiendo”.
DB: Me dieron ganas de chillar.
AD: Emociona, sí.
DB: ¿Qué es algo que la gente no sabe de ti y que si supieras le sorprendería? Ya estamos en el acto final.
AD: Pues lo de mi pésimo carácter, sí ya lo dije. Un carácter del carajo, porque luego no me creen. Pero ¿qué les sorprendería? Ah, que cocino.
DB: ¿Bien?
AD: Muy bien. Risotto, la tortilla de patata, chiles rellenos. Además, me aventuro a la cosa más difícil. Sí, sí, yo digo “va” Pero de verdad, ¿eh? Sí.
DB: Libro, película, documental, serie, obra de arte, cualquiera, no tienen que ser todos, pero que haya marcado un antes y un después en tu vida o en tu forma de entender el mundo.
AD: Uf, qué pregunta, ¿eh?
DB: Ojo, no es de “recomiéndamelo”, no, es que a ti, por cualquier razón, te haya marcado y te haya hecho un antes y un después de cómo vivías la vida o que se te haya quedado así para siempre.
AD: Inolvidablemente. Bueno, pues sí lo tengo que decir, aunque no sea una respuesta Fancy, pero cuando yo era cajera en un changarro, leí Chin Chin el teporocho, de Armando Ramírez, que era, pues además, un escritor de la literatura de la Onda , que escribía desde Tepito, con un registro que fue tan importante porque yo ahí entendí que se podía escribir con el lenguaje que tuvieras. No tenías que ser especialista en Siglo de Oro, sino que ese wey que venía de Tepito escribía así, y podía escribir yo, que venía de Santa María la Ribera, de mi vecindad, de Eligio Ancona, también podía escribir como yo hablaba, como mi entorno hablaba. Sí, fue muy importante, por eso lo cito tanto. Y también me gusta un poco para decir la literatura, es eso, es una experiencia vital, no académica.
DB: ¿Lección más memorable que te hayan dejado tus padres?
AD: ¿Más memorable? La valentía. Yo creo que fueron muy valientes los dos, en muchas maneras.
DB: Me llama mucho la atención cómo lo cambias en el libro, o sea, cómo pasas la percepción a esto de qué valiente y lo que les regaló por irse y cuentas este poema o este texto de “papá, ya no más, regalarnos irte”.
AD: Sí, “muérete lejos de nosotros, papá, nos lo debes”. Y sí pasé de la rabia a una profunda reconciliación, a entender su abandono como regalo.
DB: A ver, y tengo una duda sobre este tema, no sé si lo has reflexionado o no, pero me da la impresión de, por lo que me has contado, que algo que te da gasolina es como este tema de que te digan que no, como el que “no puedes, no espero nada de ti”, como agarrarle corajito a cosas o a personas te da este impulso para decir “va, lo voy a hacer, lo voy a hacer bien”. Durante mucho tiempo, tal vez tu papá, al tenerle este coraje, te daba esta gasolina, no sé si coraje, pero esta situación, y una vez que te reconcilias con él o haces esta reflexión, ¿cómo evitas perder esa...? O sea, ¿no sentiste un vacío de “ya no tengo eso que me ayuda a excusarme del porqué de las cosas que estoy haciendo”?
AD: Sí, hay mucha... La rabia, la furia es muy fecunda. Y sí, este enojo mío de muchos años creo que me permitió empujar. Y ahora que escribí la novela y que sí me siento reconciliada con mi padre y que siento que me acompaña y que está aquí, aquí, no, más bien siento como si se hubiera ampliado mi posibilidad de contar ya no solo este relato, sino otros, desde esos otros lugares. No, no siento que perdí. Siento que gané, sin duda, sin duda.
DB: Última pregunta.
AD: Me encanta esto. La última y nos vamos. Y no, seguían, pinche José Alfredo.
DB: De todo lo que has vivido, tanto en lo personal como en lo laboral, has tenido un montón de aprendizajes. Si tuvieras que quedarte con tres aprendizajes que quisieras tener siempre presentes, si fueran esta brújula en tu camino que no quieres perder ¿cuáles serían?
AD: Uno, escucha tu intuición. Dos haz lo que te apasiona. Conste que dije apasiona, no lo que te haga feliz, no lo que te pague más, no lo que sea más seguro, no. Y tres... Ten disciplina. Sí creo que ha habido talentos inmensos que sin disciplina se desinflan. Sobre todo pensando en el oficio narrativo. Sí, la disciplina es una... Híjole, casi es un superpoder.
DB: Gracias.